La siguiente reseña trata del libro de Montserrat Roig, L’Agulla Daurada, ed.62,Barcelona, 1985.
El libro de Montserrat
Roig, es un libro de viajes. Nos habla de San Petersburgo (Leningrado), y su
resistencia numantina en la Segunda Guerra Mundial. Nos habla de la Rusia soviética
de los 80. De sus impresiones y vivencias.
El libro combina presente y pasado. Aparecen las glorias de
la antigua ciudad, el poeta Pushkin, y escritor F.Dostoiesvki, junto a esas
glorias inmortales, aparece su geografía, con sus calles y sus ríos que
atraviesan la ciudad, el Neva, el Fontanka y el Moika, sus afluentes. Al lado
de su geografía también cobra vida sus monumentos, el título de la obra hace referencia a uno de sus edificios más emblemáticos y sus historias.
La ciudad resistió desde septiembre de 1941 hasta enero de
1944. Casi novecientos días de sufrimiento y muerte, el recuento sigue siendo
difícil de evaluar, pero probablemente se acerca al millón y medio. Junto a los
muertos, los vivos que tuvieron que vivir el infierno.
El libro relata historia de vivos y muertos. La memoria de
los vivos da vida a los caídos en ese terrible sitio al que fue sometida por el
ejército nazi. Sólo un relato como ejemplo del infierno que aparece en el libro
de Alexander Adamovich y Daniil Granin,“El llibre del bloqueig” (El libro del bloqueo)
El relato lo explica una maestra, Maria Vasilievn Markova:
-Ya habían formado el grupo de niños que había de irse a la
Gran Tierra. Había uno que tenía un aspecto lamentable y que estaba en un rincón
sin decir nada.
-Igor, ¿qué te pasa alguna cosa?, le pregunté,
-No, es que mamá me ha echado de casa, me ha dicho que no
piensa darme más pan.
- Vamos a verla, dije.
- Pero el niño se negaba. Tuve que remolcarlo hasta la calle
de Chejov y subimos hasta un quinto piso. El niño se escondía detrás mío. En la
habitación había mucha porquería. Encima de un catre, había un esperpento. Al
ver a su hijo, el ser extraño se asió a la manta como su fuesen garras y empezó
a gritar con ojos de loca:
-¡Igor! Ya te he dicho que no te daré ni un trozo de pan. ¡Vete
de aquí, Fuera!
“La habitación olía. Había montañas de basura. El aire era
enrarecido. Intente convencer a la mujer, le dije que tuviera paciencia, que
Igor se iría al cabo de unos días, pero ella gritaba:
-¡Que se vaya ahora mismo! ¡No le daré nada! Usted aún puede
andar, pero yo no me puedo levantar. Estoy en la cama, tengo hambre!
“Di una ración de pan a Igor, pero no lo pude convencer de
que dejara a su madre y que viniese conmigo. Me acompañó hasta la puerta y me
dijo:
-Jo tengo la culpa, que este así. Perdí la cartilla de
racionamiento. No la juzgue, por favor”.
“ Igor se quedo al lado de su madre. Al cabo de unos días
supe que el niño había muerto. En aquella época, hasta una madre con buenos
sentimientos podía convertirse en una fiera. Me la encontré al cabo de unos años.
Había cambiado tanto que apenas si la pude reconocer. Tenía todo el aspecto de
una persona llena de salud. Pero se me acercó y me dijo:
-¿Qué hice, Dios míos?
-A santo de qué recordarlos ahora?”, es todo lo que supe
decir.
“Pasaron unas semanas y alguno me hizo saber que la mujer no
pudo soportar los recuerdos: se había suicidado” (traducción es mía, pàg.196-7)
Así que esta narración habla de nosotros, por eso, L’agulla
Daurada (La Aguja Dorada), es una tamiz donde se entrecruzan la experiencias de la autora, y de los personajes que aparecen en este libro de viajes, un
libro donde el destino es nuestra conciencia.