Junto al “príncipe Chawqi”, resplandecía Taha Hussein, “apodado ‘el decano de las letras árabes’”. (pág.31) Ciego a causa de la pobreza, se convirtió en el “intelectual egipcio más respetado de su época” (pág.31). Reivindicaba la historia como herramienta científica frente la tradición acrítica. La publicación de una obra que hablaba de poesía preislámica. Provocó su suspensión de la Universidad de El Cairo. El gobierno rechazo la sugerencia del Gran Iman al-Azhar para que lo procesasen, el gobierno situó el debate dentro del ámbito académico. Llegó a ser rector de la Universidad de Alejandría, y ministro de Educación, entre 1950 y 1952. “Una de las primeras decisiones fue la de implantar la gratuidad de la enseñanza”. (pág. 32-33).
Que un intelectual, agnóstico, pudiera ascender en el ámbito cultural e intelectual, dice mucho de su valía personal, pero también, de la época en la que le toco vivir. Amin Maalouf, no cita datos que expresan una vitalidad cultural que desgraciadamente se fue disolviendo en la nada. Así, la Opera del Cairo se estrenó en 1871 Aida de Verdi; nombres como “Youssef Chahine o de Omar Sharif, dos libaneses de Egipto que el cine egipcio lanzó al escenario mundial; citar a los numerosos especialistas que certifican que la escuela de medicina de El Cairo fue, durante un tiempo, una de las mejores del mundo…”(pág.33). El Cairo, en esa época, bullía en lo artístico, pero también en el ámbito del consumo donde destacaba con luz propia los almacenes Cicurel de El Cairo “que valía tanto o más que los almacenes Harrods de Londres y las Galerías Lafayette de París” (…)” (pág.33)
La ciudad de los padres de Amin Maalouf, el Egipto de aquel tiempo, “dejó de ser lo que había sido y dejó de prometer lo que parecía haber prometido” (pág.34). Esto demuestra que no hay nada que perdure, que siempre puede haber cambios que vayan en dirección diametralmente opuesta a la esperada. En ese Egipto, la religión estaba compartimentada, no regía la vida de los ciudadanos en el orden público, a pesar de su evidente importancia, sin embargo, la deriva antioccidental, hundió esa vitalidad que Amin Maalouf rememora en el recuerdo de sus abuelos y padres.
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“Cuando enterraron a mi abuelo, en los primeros días de enero de 1952, en el cementerio maronita de El Cairo, las calles estaban tan apacibles como de costumbre, incluso aunque la tensión les resultase perceptible a quienes supieran notarla” (pág.35)
La tensión de la que habla Amin Maalouf, hace referencia a las disputas entre británicos y el gobierno egipcio, cuya permanencia en el canal de Suez, “no encajaba con la soberanía del país y que la población local toleraba con dificultad”. (pág.35)
El gobierno sometió al Parlamento, la derogación unilateral del tratado por les obligaba a tener en el Canal, fuerzas británicas. Eso ocurría en octubre de 1951, una explosión de jubiló por parte de la población. Sin embargo, el gobierno británico no tenía pensado abandonar la posesión valiosísima del Canal. La respuesta del “nuevo” primer ministro, Winston Churchill, fue reforzar la presencia militar en el Canal.
El primer ministro egipcio, Nahhas Pachá, también eterno dirigente egipcio, partidario de una democracia parlamentaria, no quería un enfrentamiento directo, pero tampoco quería dar marcha atrás por miedo a que le pasaran por encima fuerzas más nacionalistas e intransigentes.
La estrategia utilizada por los egipcios fue lo que diríamos hoy, imaginativa, empezaron a cambiar los nombres de avenidas y calles, que fueran de británicos, empezando en Alejandría, nombres como Kitchener o Allenby. En El Cairo, reconvirtieron clubs privados en parques públicos.
También hubo acciones más arriesgadas y peligrosas contra instalaciones británicas. El gobierno dejó hacer a los jóvenes nacionalistas realizar esas acciones armadas. La respuesta británica se concreto el 25 de enero de 1952, asaltaron “los edificios de la policía, en Ismailia, en la orilla occidental del Canal. Fue una batalla en toda regla que duró varias horas y cuyo saldo fueron más de cuarenta muertos egipcios y un centenar de heridos. Cuando la noticia cundió por el país, toda la población reaccionó con rabia”. (pág.38)
La respuesta no se hizo esperar y el sábado, manifestantes que se fueron concentrando en las calles del El Cairo, empezaron a “destrozar y a incendiar las empresas britanánicas más visibles, tales como el banco Barclays, la agencia de viajes Thomas Cook, la librería W.H.Smith, el Turf Club o el hotel Shepheard, fundado cien años antes, que había utilizado como cuartel general el ejército inglés y seguía siendo uno de los más lujosos del país” (pág.38)
Los manifestantes acabaron por atacar cualquier lugar donde los occidentales se daban cita, sea, restaurantes, bares, clubs, y también los almacenes Cicurel, al terminar la jornada el balance de muertos ascendió “alrededor de treinta muertos, más de quinientos heridos y cerca de mil edificios incendiados. Todo el centro moderno de la capital estaba destruido”. (pág.38)
La responsabilidad de lo sucedido sigue siendo una cuestión debatida, según una versión, los amotinados no tenían consignas, sino que la vorágine de la violencia y la destrucción escapo de las manos, convirtiéndose en una masa destructiva y ciega. Para otros, si había una “mano invisible” que tenía claro los objetivos. En la dinámica de protestas se pasó de las críticas al gobierno inglés al egipcio, también contra el rey Faruk.
Nahhas Pachá, se vio impotente y sorprendido por la violencia de las manifestaciones y su pasividad le obligó a dimitir. Esos acontecimientos, pusieron en marcha movimientos que dieron lugar medio año después a una revuelta de “oficiales libres” (pág.39) que obligo al rey al exilio. Se estaba configurando el futuro ante dos fuerzas nacionalistas que impugnaban “la sociedad cosmopolita anterior” (pág.40). Los Hermanos Musulmanes, con amplios apoyos sociales y las fuerzas armadas de la mano del nuevo hombre fuerte, Abdel Nasser. Como dice Amin Maalouf, la consecuencia fue que “la antigua clase dirigente entera la que iba pronto a salir del escenario mientras la abucheaban; y de forma definitiva” (pág.39).
El ascenso de Nasser, puso en marcha un proceso contra los emigrantes que tenían raíces en Egipto, como los padres de Amin Maalouf. Confiscaciones, expropiaciones, nacionalizaciones, fueron las armas que se utilizó para indicar la necesidad de salir del país, que antes era el suyo.
“Mi abuelo había muerto antes del incendio del El Cairo y la revolución, pero sus herederos, a no mucho tardar, tuvieron que liquidar de mala manera, por una parte mínima de su valor, las propiedades que les había legado. Para dejar luego su Egipto natal y dispersarse: unos fueron a Norteamérica, y otros, al Líbano”. (pág.40)
Nasser acumuló todo el poder arrinconando a los Hermanos Musulmanes, convirtiéndose en presidente de la República. Lo que empezó Nahhas Pachá, Nasser anunció el 26 de julio de 1956, la nacionalización del Canal. Gran Bretaña, Francia e Israel, pusieron en marcha acciones bélicas, pero los EEUU desautorizo la aventura militar y Moscú amenazo con represalias. La victoria moral y política fue absoluta para Nasser, convertido en el nuevo caudillo de los países oprimidos.
Al decir de Maalouf, “en ese momento fue cuando el rais dictó la sentencia de muerte del Egipto cosmopolita y liberal. Adoptó una serie de medidas para expulsar del país a los británicos, a los franceses y a los judíos.” (pág.41) El resultado fue “un éxodo masivo de todas las comunidades conocidas con el nombre de “egipcianizadas”, algunas de las cuales llevaban varias generaciones, e incluso varios siglos, afincadas a orillas del Nilo.” (pág.42)