“La noche de los tiempos” es la última novela de Antonio Muñoz Molina. La novela es muchas cosas, para empezar, una novela soberbia. Una historia intensa y extensa. Unos personajes que se muestran como son a lo largo de la historia. Una historia que nos refleja como españoles. El inicio de la guerra civil. Es la historia de un adulterio, pero también una historia de amor y desamor, de odios y mezquindades, de actos generosos y heroicos.
La intensidad del lenguaje impresiona. Cada palabra parece que está buscada para ser esa palabra y no otra la que tiene que estar ahí. Los personajes y sus circunstancias marcan sus destinos. La novela no es un panfleto político. Hay descripciones de los protagonistas históricos, especialmente, la figura de Juan Negrín que murió en el exilio.
La historia es simple, no como está estructurada y escrita, el protagonista de la historia es Ignacio Abel arquitecto, se enamora de Judith Biely, norteamericana que lo conoce en una charla sobre arquitectura popular en la Residencia de Estudiantes. La mujer de Ignacio Abel es Adela una mujer que cumple con el papel asignado a una condición subalterna, propia de la época. Adela descubrirá la infidelidad. Adela e Ignacio Abel tienen dos hijos, Lita y Miguel.
El proyecto de Ignacio Abel se llama “Ciudad Universitaria”, la aparición de Judith trastorna completamente la vida de Ignacio Abel. Éste había huido a Alemania para ampliar estudios, dejando a Adela al cuidado de su hijo pequeño. Allí tuvo una aventura. No esperaba volver a encontrar el amor y el deseo a estas alturas de su vida acomodada a la rutina.
Las circunstancias van creando las condiciones que acabarán por imponerse a todos. La guerra se va imponiendo lentamente, casi filtrándose en las vidas de todos los ciudadanos de Madrid. Ignacio Abel ajeno a los acontecimientos que tiene delante sólo piensa en su amor ciego y culpable.
Hay un recuerdo que aparece a lo largo de la novela una frase que taladra la memoria de Ignacio Abel: “ Ignacio, por lo que más quieras, ábreme, no dejes que me maten”. La trama de esa frase y el porque de lo que sucede es uno de los cabo bien atados de la novela.
Abel habla con Negrín sobre la situación y éste le dice: “bastarán dos generaciones para mejorar la raza, y nada de eugenesia, ni de planes quinquenales. Reforma agraria y alimentación saludable. Leche fresca, pan blanco, naranjas, agua corriente, ropa interior limpia; si nos dejaran tiempo, los otros y los nuestros...”(pág.585). He aquí sin duda un plan auténticamente revolucionario.
Negrín insiste: “ [hablando de los políticos]. Y para poner en práctica su delirio particular cada partido y cada sindicato lo primero que ha hecho ha sido inventarse su propia policía, sus propias cárceles y sus propios verdugos. Pero me niego a creer que todo esté perdido” (pág.704). Abel no es que se haya rendido es que simplemente aún no sabe lo que está pasando. El destino le tiene preparada una carta. La posibilidad de ir a EE.UU para construir un edificio en una universidad americana. Negrín se quedará, mientras que Ignacio Abel deja a su familia en la Sierra, no sabe si está en zona republicano o ha caído en el otro bando. No lo sabe, y no quiere saberlo, porque lo único que busca desesperadamente es a Judith. Finalmente, Abel llega a su destino....
Tengo la secreta convicción que una segunda parte de la novela no sería nada descabellado. El arte literario que derrocha Muñoz Molina es impresionante. Pocas novelas provocan el sentimiento de estar delante de una obra total. No es una novela de historia, pero retrata perfiles grises de una época que aspiraba a otra cosa de lo que acabo sucediendo. Ese legado envenenado del que aún cuesta desprenderse. Esta novela no es moralistas, no marca quienes son buenos y malos, los muestra como son, y al hacerlo, los deja sin coartadas de ningún tipo. Somos los lectores quienes podemos redimirlos o condenarlos, pero eso ya no es asunto del escritor.