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dijous, 9 d’octubre del 2014
Democracia vs democracia directa
Vamos a analizar el artículo de Daniel Innerarity que
aparece en la revista Claves de razón práctica, 236, Sept/Oct. 2014. El artículo
lleva por título Democracia sin política. En el subtítulo apunta al meollo de
la cuestión: ¿Por qué la democracia puede perjudicar seriamente a la
democracia?
El diagnóstico de Innerarity se suma a otros
politólogos que cuestionan, no tanto a la democracia, como a la política. La
política es entendida como “la posibilidad de convertir esa amalgama plural
de fuerzas en proyectos y transformaciones políticas, dar cauce y coherencia
política a esas expresiones populares y configurar el espacio público de calidad
donde todo ello se discuta, pondere y sintetice”. Una de las
características de Innerarity es su capacidad para ofrecer tríadas conceptual,
en vez de las clásicas oposiciones binarias. Esto supone enriquecer el debate,
y en estos tiempos de penuria intelectual
siempre es de agradecer.
El autor llama
la atención sobre un fenómeno social y político como son los movimientos
populares - Plataforma de Indignados, Podemos, PAH, etc.- que en su afán de
instaurar una democracia directa, acarrean efectos antipolíticos “cuando no
está integrado en una manera equilibrada de entender la política”.
Una ciudadanía intermitente.
La ciudadanía actual no quiere esperar cada cuatro
años para depositar su voto, quiere algo más. Por eso “el nuevo activismo es
individualista, puntual, orientado hacia cuestiones que se refieren a los
estilos de vida y crecientemente apolítico”. Hay algo así como una
disonancia entre activismo y apoliticismo, que es lo que detecta como
preocupación el articulista. Lo que Rosanvallon –uno de los nombres claves de
los análisis de Ininerarity-, denomina “contrademocracia”, es el
maridaje de ese nuevo activismo “apolítico” que se combina con los nuevos
avances tecnológicos de la comunicación. La característica de esa nueva
contrademocracia es “su carácter puntual y negativo”. Es a esta
caracterización lo que denomina apolítico, porque no se integra en una
estructura institucional ni tiene vocación de perduración en el tiempo.
Utiliza una feliz expresión para referirse a la
contrademocracia que se expresa en organizaciones como Change o Avaaz, el clicktivismo,
que permite ejercer acciones sociales a través de una adhesión a toda clase
de acciones de carácter social. Lo que echa en cara a este cliktivismo es la “falta
de construcción política e institucional de la democracia”. No basta, viene
a decir, tener buena conciencia, porque no vivimos en Útopía. Las buenas
intenciones está bien para lavarnos nuestra conciencia, para parecernos mejores
de lo que somos, pero eso no es hacer política. Reprocha a estos activistas que
el “estatus de indignado, critico o víctima no le convierte a uno en
políticamente infalible”.
La despolitización involuntaria
Al decir de
Innerarity “el gran desafío de las actuales sociedades democráticas
es no dejar tranquilos a sus representantes –a los que debe vigilar, criticar
y, en su caso, sustituir- sin destruir el espacio público ni despolitizarlo”.
¿Cómo hacer que ese espacio público sea consistente, si no creemos en nuestros
representantes?, ¿cómo construir una democracia participativa, sin destruir las
instituciones? Innerarity es crítico con la tenaza que supone el gobierno de
los expertos –tecnócratas- que se guían por el ideal de la eficacia, al precio
de destruir la cohesión social y el gobierno de corte populista, que sólo
cuenta el corto plazo y los sondeos.
La sociedad actual sueña –al menos los movimientos
sociales- con una “democracia directa y plebiscitaria que además sea
participativa y transparente”. Innerarity es muy crítico contra los
movimientos sociales que desearían hacer desaparecer el modelo representativo.
Según él, la representación “garantiza la pluralidad ”, frente a la
democracia directa, no dice asamblearia, pero ¿qué es sino la democracia
directa?. La representación permite que todos los intereses puedan ser
representados, porque las diferencias son respetadas.
Contra lo que podría parecer Innerarity lanza una
afirmación aparentemente contradictoria: “la democracia directa es atractiva
para el ciudadano pasivo”. La razón que da para esa afirmación es que “están poco interesados en exponer sus
opiniones e intereses frente a otros en el espacio público”. Lo que se
quiere son unanimidades que se pueden dar mediante los plebiscitos, donde el
elemento emotivo y pasión pone en marcha el debate político, pero se evapora
los debates deliberativos, que exigen no simplificar, si queremos que sirvan
para algo.
La transparencia se ha convertido en otro concepto
clave de estos nuevos tiempos. El concepto tiene se expresión original en
J.J.Rousseau., sin embargo, la transparencia supone en la actualidad que los
políticos nos ocultan realidades que si salieran a la luz, todos nuestros
problemas se disolverían como por arte de magia. La transparencia es una
metáfora que en el orden político acabaría por disolver el espacio público.
Supone en definitiva, que los problemas políticos son sencillos y evidentes y
por tanto, la política es innecesaria.
Una defensa de la democracia indirecta
Si hemos de creer a Innerarity la democracia
representativa “tiene dos enemigos: el mundo acelerado, la predominancia de
los mercados globalizados, por un lado, y la hybris –desmesura- de la
ciudadanía, por otro”. Curiosamente, el análisis se centra especialmente en
la hybris ciudadana y silencia los mercados globalizados.
En una “democracia sin política” ya no hay
ciudadanos, sino consumidores, de ahí que la “política es considerada desde
el punto de vista del cliente caprichosa, impaciente, exigente”. La
política cae en el abismo de lo inmediato. No hay un medio plazo ni mucho menos
a largo plazo. Todo lo queremos aquí y ahora, y ante esta realidad, la política
solo parece servir como el buzón de reclamaciones de unos clientes cada día más
cabreados. Sin embargo, las sociedades democráticas no pueden funcionar al
dictado de la inmediatez, requiere procesos deliberativos que necesitan diálogo
y consensos y esto supone demorarse en el tiempo. Los gobiernos representativos
necesitan distancia entre el inmediatismo que alguno sueñan –democracia directa
-, para poder tomar decisiones que no siempre pueden ser agradables. Concluye
Innerarity la necesidad de justificar esa distancia o “no tendremos
argumentos para oponernos al populismo plebiscitario, que cuenta, a derecha e
izquierda, con impecables –implacables- defensores”.
dimarts, 7 d’octubre del 2014
diumenge, 5 d’octubre del 2014
dilluns, 29 de setembre del 2014
diumenge, 28 de setembre del 2014
De Príamo a Jordi Pujol
En el
artículo de J.A.Rivera, titulado El final de Príamo, aparecido en el último
número de la revista Claves de razón práctica, nº 236, septiembre/octubre de
2014, se hace referencia a un mecanismo sobre la condición humana que viene
como anillo al dedo sobre el denominado caso Pujol.
El
artículo tiene como telón de fondo el derecho a una muerte digna, como parte de
una “buena vida”. Para ello, se vale de Daniel Kahneman y su libro Pensar
rápido, pensar despacio. En él, aparece un mecanismo fundamental de la
percepción humana. Este mecanismo es el del “sesgo del pico final”.
Según este mecanismo “lo que suele importar más a los humanos es no es la suma
del dolor experimentado, sino el recuerdo de la experiencia. Y este recuerdo
suele quedar escorado si acontece un pico final de dolor en esa experiencia”.
Kahneman
apunta la existencia de dos yoes: el que experimenta y el que recuerda. En los
experimentos de Kahneman sobre la experiencias dolorosas, esta distinción entre
los diferentes tipos de yoes, “permiten predecir que el yo que recuerda tendrá
más peso en las decisiones futuras”. Establece una serie de ejemplos para
ilustrar esta afirmación. El divorcio, es un ejemplo paradigmático.
“Es este
balance del yo que recuerda es que hará que sea precisamente él quien se ponga
al timón para tomar decisiones futuras, sobre asuntos similares, basándose en
la contabilidad, distorsionada por los sesgos de su memoria, de las
experiencias pasadas”. Eso significa, no que no pueda apreciar lo que fue su
convivencia anterior, sino las consecuencias perjudiciales para él que su
reciente experiencia lo pone sobre aviso. Por ejemplo, no ser tan ingenuo, no
dar pistas de sus infidelidades, etc.
Si la
experiencia negativa del “pico final” distorsiona nuestra experiencia anterior,
actuaremos de manera irracional, es decir, no valoraremos lo que tiene de bueno
y malo, el saldo de lo bueno por culpa del “sesgo del pico final”. Si, por
insistir en el divorcio, hemos convivido con una mujer independiente, es
posible la experiencia traumática del divorcio, busquemos a una mujer menos
independiente, en virtud de la experiencia del divorcio. De esto se desprende
las consecuencias nefastas –irracionales- que pueden acarrearnos seguir a ese
yo que recuerda solo lo malo.
¿Es tan
esencial esta experiencia del sesgo del pico final? Aristóteles decía que “nadie
puede considerarse dichoso hasta que
muere” (EN, 1101 a 5). Si hiciéramos caso a esta sentencia, deberíamos valorar
la vida buena al final de nuestra vida y no como consecuencia de determinadas
acciones por importantes que hayan o pueden ser. La vida, como se dice, da
muchas vueltas. Es aquí donde aparecen las figuras de Príamo y Creso, yo
añadiría la Jordi Pujol. Como dice Kahneman: “ Por absurdo que pueda parecer, yo
soy el yo que recuerda, siendo el yo que experimenta, el yo que da contenido a
mi vida, un extraño (el subrayado es mío) para mí”.
Siguiendo
la lógica del sesgo del pico final, y suponiendo, que es mucho suponer, que ese
yo que recuerda, pueda trasladarse al yo colectivo, la figura del Jordi Pujol y
su autoinculpación permitiría comprender por qué no podrá tener una plaza o
calle o una escuela con su nombre.
dilluns, 22 de setembre del 2014
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