En el
artículo de J.A.Rivera, titulado El final de Príamo, aparecido en el último
número de la revista Claves de razón práctica, nº 236, septiembre/octubre de
2014, se hace referencia a un mecanismo sobre la condición humana que viene
como anillo al dedo sobre el denominado caso Pujol.
El
artículo tiene como telón de fondo el derecho a una muerte digna, como parte de
una “buena vida”. Para ello, se vale de Daniel Kahneman y su libro Pensar
rápido, pensar despacio. En él, aparece un mecanismo fundamental de la
percepción humana. Este mecanismo es el del “sesgo del pico final”.
Según este mecanismo “lo que suele importar más a los humanos es no es la suma
del dolor experimentado, sino el recuerdo de la experiencia. Y este recuerdo
suele quedar escorado si acontece un pico final de dolor en esa experiencia”.
Kahneman
apunta la existencia de dos yoes: el que experimenta y el que recuerda. En los
experimentos de Kahneman sobre la experiencias dolorosas, esta distinción entre
los diferentes tipos de yoes, “permiten predecir que el yo que recuerda tendrá
más peso en las decisiones futuras”. Establece una serie de ejemplos para
ilustrar esta afirmación. El divorcio, es un ejemplo paradigmático.
“Es este
balance del yo que recuerda es que hará que sea precisamente él quien se ponga
al timón para tomar decisiones futuras, sobre asuntos similares, basándose en
la contabilidad, distorsionada por los sesgos de su memoria, de las
experiencias pasadas”. Eso significa, no que no pueda apreciar lo que fue su
convivencia anterior, sino las consecuencias perjudiciales para él que su
reciente experiencia lo pone sobre aviso. Por ejemplo, no ser tan ingenuo, no
dar pistas de sus infidelidades, etc.
Si la
experiencia negativa del “pico final” distorsiona nuestra experiencia anterior,
actuaremos de manera irracional, es decir, no valoraremos lo que tiene de bueno
y malo, el saldo de lo bueno por culpa del “sesgo del pico final”. Si, por
insistir en el divorcio, hemos convivido con una mujer independiente, es
posible la experiencia traumática del divorcio, busquemos a una mujer menos
independiente, en virtud de la experiencia del divorcio. De esto se desprende
las consecuencias nefastas –irracionales- que pueden acarrearnos seguir a ese
yo que recuerda solo lo malo.
¿Es tan
esencial esta experiencia del sesgo del pico final? Aristóteles decía que “nadie
puede considerarse dichoso hasta que
muere” (EN, 1101 a 5). Si hiciéramos caso a esta sentencia, deberíamos valorar
la vida buena al final de nuestra vida y no como consecuencia de determinadas
acciones por importantes que hayan o pueden ser. La vida, como se dice, da
muchas vueltas. Es aquí donde aparecen las figuras de Príamo y Creso, yo
añadiría la Jordi Pujol. Como dice Kahneman: “ Por absurdo que pueda parecer, yo
soy el yo que recuerda, siendo el yo que experimenta, el yo que da contenido a
mi vida, un extraño (el subrayado es mío) para mí”.
Siguiendo
la lógica del sesgo del pico final, y suponiendo, que es mucho suponer, que ese
yo que recuerda, pueda trasladarse al yo colectivo, la figura del Jordi Pujol y
su autoinculpación permitiría comprender por qué no podrá tener una plaza o
calle o una escuela con su nombre.
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