Sigo leyendo a Umberto Eco, y su De la estupidez a la locura. Crónica para el futuro que nos espera. Debolsillo. Barcelona, 2018.
En “¡Qué vergüenza, no tenemos enemigos! “ (págs.222-225) [2009] nos explica una anécdota ocurrida en Nueva York, mientras iba en taxi. Caracteriza Eco a los taxistas de NY por tres notas distintivas: la primera por la diversidad de nacionalidades, la segunda, la provisionalidad del trabajo –frente a la imagen del taxista que todos conocemos aquí-, y la tercera, por la sucesión de grupos étnicos, que se van sucediendo en busca de mejores empleos.
En la conversación con un taxista paquistaní, después de diferentes preguntas, le plateó “quienes eran nuestros enemigos”, Eco reflexiona sobre “¿Cómo es posible un pueblo sin enemigos?” (pág.224)
Confiesa Eco que no supo responderle adecuadamente, ocurre siempre los que denomina “esprit d’escalier”, que consiste en contestar adecuadamente cuando el otro ya se ha marchado. “Debería haberle dicho que los italianos no tienen enemigos. No tienen enemigos externos y en cualquier caso nunca están de acuerdo en determinar cuáles son, porque están continuamente enzarzados en guerras interna (…) (pág.225)
Finaliza diciendo: “No sé si lo habría entendido, pero al menos yo no hubiera hecho el ridículo de pertenecer a un país sin enemigos”. (pág.225)