Acabo de visionar el vídeo del discurso del rey para estas navidades. Se ha centrado especialmente en la crisis económica. Ha utilizado el arsenal de estilo en estos casos: productividad, competitividad, crecimientos, nuevo modelo productivo, etc,. Ha hablado de espíritu de superación, apelación al orgullo, honradez. Ha focalizado a los diferentes colectivos que están sufriendo la crisis, desde los jóvenes, a los comerciantes, pensionistas. Se hace difícil compaginar las buenas intenciones con la realidad de los hechos. Tenemos una tasa de paro juvenil escandalosa, pero al mismo tiempo, el "mercado" pide a España que amplíe la edad de la jubilación, como si ese fuese el remedio a todos nuestros males. No ha indicado que ese mercado solo tiene un tiempo de medida, el corto plazo y un interés, el beneficio y unos agentes, el particular; mientras que esa dinámica prime sobre el interés general, estamos perdidos. La política debe gobernar la economía. Cuando nuestros gobernantes se olvidan que la economía es instrumental y ha de estar al servicio de los intereses de la colectividad, entonces sucede lo que estamos viviendo. Se recorta el estado del bienestar para poder financiar al sistema financiero. Seguramente deberíamos plantearnos cuales son las prioridades de nuestras sociedades. La globalización es el nuevo marco de juego, pero es la política quien debería establecer las reglas para que la sociedad no se vea arrastrada a la catástrofe por los desaguisados de los mercados.
El rey ha mencionado el terrorismo y la necesaria determinación para acabar de una vez que esta lacra. Nunca habíamos estado más cerca de lograrlo. Ha mencionado a aquellos que merecen una especial protección como son los discapacitados y marginados. La Ley de Dependencia que debería haber sido una seña de identidad ha sido sacrificado al altar de los mercados. Menciones a las drogas, ¡para cuándo su legalización!, la violencia de género, y el medio ambiente.
Por último ha remarcado el papel de la monarquía parlamentaria en su figura y su voluntad de ejercer el mandato constitucional. Ha remarcado al final de su discurso la necesaria confianza para salir de esta crisis profunda, que va más allá de las clásicas crisis, estamos delante de una crisis sistémica y por ello, las recetas anteriores no sirven.
Se ha dicho que en España somos más juancarlistas que monárquicos. La Monarquía no parece una figura demasiado acorde con los nuevos tiempos. Que en sociedades democráticas exista una institución antidemocrática como la monarquía parece un contrasentido. La Monarquía debería ser capaz de dar la palabra a la sociedad para que ella y desde ella pudiera escoger y ratificar que prefiere. No hay que olvidar que la Monarquía fue un regalo envenenado que la Dictadura franquista ofreció para perpetuarse a ella misma. Afortunadamente, el rey Juan Carlos, supo cual debía ser el papel en la nueva configuración del estado a través de la Constitución (1978).