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dimarts, 2 de juliol del 2013
Clásicos (actuales) II
La exaltación
nacionalista en el Camp Nou, con cerca de noventa mil personas que aspiraban a
una realidad mejor, que en esa exaltación había ilusión, entusiasmo y utopía,
no deja de resonar las palabras de Schiller cuando dice:
dilluns, 1 de juliol del 2013
Reseña: Andreu Martín
Cada día se publican
libros. La industria editorial no puede dejar de producir, es la lógica del
mercado, pero hay títulos olvidables al cabo de muy poco tiempo. Dentro de unos
años, esos libros tendrán como destino el reciclaje. De hecho todo acaba en el
reciclaje, pero eso es otra historia.
Esta disquisición,
también olvidable, me sirve para comentar el libro de Andreu Martín, Cabaret
Pompeya, col.El balancí 660, ed.62. Barcelona, 2011.
La novela es un prodigio
de situaciones y personajes, Andreu Martín, exhibe u maestría en su obra más
acabada y más ambiciosa. Una Barcelona que reconocía por lo que me decía mi
padre. Unas historias que la Guerra Civil marcarán de forma atroz. Miquel es
una de los personajes centrales, es el infiltrado, juega siempre a caballo
ganador, traición es para él, una palabra. Víctor, su pasión por la vida, el
amor, los amigos, sus ideales, acaban pasándole factura, y por último Fernando,
que vivirá el dolor de la guerra y sus consecuencias.
Un momento crucial de
esta historia, los bombardeos de la aviación italiana contra Barcelona es la
narra Andreu Martí de la siguiente manera:
“ (...). La Teresa va pensar que no podien estar
bombardejant allà, estar-la bombardejant a ella, perquè allà no hi havia cap
objectiu militar i se suposava que a les guerres els militars es mateven entre
ells, i encara que li havien dit que els feixistes no ho feien així, que Franco
i els alemanys i els italians eren partidaris de la guerra d’extermii i havien
deixant anar bombes sobre col·legis i hospitals, no s’ho podía creure, no s’ho podía
creure.
Deu metres més endavant,
d’una portería va sortir un home gran alarmat, va agafar l’Elena de la màniga i
la va estirar cap a dins.
-Fiqui’s aquí, per Deu,
que la matera!
Tant el vell com l’Elena
com el Tomasín es van girar cap a la Teresa i, en veure l’enormitat del que la perseguía,
van obrir tant els ulls i la boca (...) i va veure sobre la Gran Via els sis
bombarders Savoia S.79, els “Falchi delle Baleari”, i l’explosió en ple bulevard
que va destrosar la façana de la Mútua General d’Assegurances (...) Que la casa
ja no hi era. La casa on s’havien amagat l’Elena i el Tomasín, i l’home gran
que pretenia salvar-los la vida, el número 451 de l’avinguda de les Corts
Catalanes, ja no hi era. Al seu lloc hi havia una muntanya de runa, maons,
bigues i mobles destrossats. I l’Elena i el Tomasín ja no hi eran. Ja no hi
eren. (...)” (pág.359-360)
Andreu Martín, se ha
convertido en un escritor sólido que alcanza en esta novela una maestría enorme.
Vivencia de personajes que viven al límite porque límite se convirtió en lo
cotidiano en la Guerra Civil, y su posterior secuela. Martín utiliza una
intermediario para explicarnos esas historia. El hijo de uno de los personajes
del Cabaret Pompeya. Si atroz fue la guerra, la postguerra no fue precisamente,
una etapa de reconciliación. La novela desarrolla las vidas y sus esfuerzos
para salir de esas situaciones que los personajes han entretejido a través de
Miquel.
La novela está a la par
de otra obra esencial La noche de los tiempos de Antonio Muñoz Molina. Son un complemento
perfecto para saborear literatura de primera en una realidad que parece de
segunda.
diumenge, 30 de juny del 2013
Auto de fe (4)
Seguimos nuestro resumen
de Auto de fe. Primera parte. Una cabeza sin
mundo. Capítulo El mejillón (4).
El capítulo se inicia
con la boda. Una boda acorde con los espíritus tristes de los contrayentes.
Intimidad. Los testigos también están a la altura del acontecimiento. Un mozo
de cuerda y un “alegre remendón”. Éste se llama Hubert Berendinger, era
aficionado a las bodas, aunque él no tuviera intención de casarse jamás.
En el registro civil se
hizo las formalidades oficiales. Kein miraba las actas en lugar de la novia. El
sí de Kein parecía cualquier cosa, menos el sí de unos apasionados amantes.
Hubert estaba decepcionado por la falta de boato. Aquello no era una auténtica
boda. Kein no besaba a la novia ¿a qué esperaba? ¿tal vez a la noche?
Hubert se despide de la “feliz
pareja” dando un abrazo a Teresa y tocando de paso sus pechos. El día de su
boda era como cualquier otro día, ¿por qué debía ser diferente? –pensaba Kein-.
Tomaron el tranvía, Kein piensa al instante que debería haber dejado a Teresa
subir primero. Kein pago los billetes y el cobrador entregó los billetes a
Teresa.
El tranvía se fue
llenando de viajeros. Se sentó una mujer delante de Kein con cuatro niños
pequeños y ruidosos.
Kein piensa en su
hermano Georg. Un profesional de éxito, ginecó-logo en París, que Kein consideraba un traidor por
no haber estudiado psiquiatría. Llevaban ocho años en los que no intercambiaban
cartas, debido, según Kein, a la volubilidad de Georg.
Pensaba que con su
matrimonio, sería una buena excusa para reanudar su relación y pedirle consejo.
“¿Cómo había que tratar a esa criatura tímida y reservada?” (pág.58)
Teresa dice “los niños
los últimos”. Kein se lanza a sus propias cavilaciones. “Nunca había pensado en
tener hijos” (pág.59) Tener hijos supone lo innombrable ¿Conoce Teresa estos
asuntos? ¡Caute!
En medio de tales
cavilaciones, la madre de los cuatro niños se levanta y le dice a Teresa “¡Qué
suerte la suya, que aún sigue soltera”! (pág.60). Teresa queda petrificada y
dolida. Los pasajeros quedaron expectantes, un muro de silencios cómplices
acompañó esas palabras que parecían un ultraje. La causa de todo era que “el
mundo estaba contaminado de amor a los niños” (pág.61). Los Kein, por fin,
pudieron bajar del infernal tranvía, no antes de tener que escuchar “Lo mejor
que tiene es esa falda”.” Un auténtico baluarte”. “¡Pobre hombre!”. “Risotada
general” (pág.61). Kein dirige su mirada
a Teresa. “Esa falsa era parte de ella como la concha lo es del mejillón”
(pág.61)
¡Tendrá Kein que
quitarle el mejillón! Subir las escaleras hasta su baluarte, pero hoy todo era
dificultoso. Aparece el pequeño Metzger que acusa a Teresa de no dejarlo entrar
en casa de Kein, y diciéndole lo que su madre le había dicho: “-Sí, mi madre
dice que no debería insolentarse, que es solo una criada” (pág.63)
Kein pierde los estribos
y zarandea al pequeño y acaba abofeteándolo. El pequeño sale volando y acaba
aferrándose en la falda de Teresa.
Kein intenta abrir pero
no encuentra las llaves, definitivamente, hoy todo sale mal. Teresa acaba
abriendo. Entran en el piso y Teresa abre el dormitorio de Kein y anuncia un
ominoso “Enseguida vuelvo”. Kein está sólo. Evita mirar el diván, lo mejor es
entrar en la biblioteca. Kein, piensa, ¿qué debo hacer? ¡lo que debe hacerse! Pero
¿dónde hacerlo? El lugar natural parece el diván. Kein está aturdido, imaginar
un mejillón gigante en el diván. Borra esas imágenes absurdas, y empieza a
surgir una idea genial, cubrir el diván de libros. “No elige obras mediocres
por no ofender a su mujer” (pág.66)
“-¡Ya estoy aquí!”
(pág.67). ¡Se ha quitado la falda-mejillón! ¡Envuelta en enaguas!, lleva la
blusa puesta. Teresa se dirige al diván y con brazo barre todos los libros al
suelo.
Teresa se quita las
enaguas, las deja encima de los libros. “¡Ya está”! El problema es que Kein
no está, acaba de huir al lavabo, el
único espacio en el que no hay libros. Sentado en el retrete, llora.
dissabte, 29 de juny del 2013
divendres, 28 de juny del 2013
Clásicos (actuales)
Hay textos clásicos que
parecen escritos ahora mismo. Su actualidad no deja de asombrarnos por su
capacidad de decir lo esencial. El texto que quiero compartir es de J.G.Herder:
“¿Qué es una nación? Un
gran jardín descuidado, lleno de hierbajos y maleza. ¿Quién aceptará indiscriminadamente
este punto de reunión de necedades y defectos, de exquisiteces y virtudes, y
(...) romperá una lanza contra otras naciones? Dejadnos contribuir al honor de
la nación en la medida de lo posible; y también hemos de defenderla cuando se
le inflige injusticia. Pero ensalzarla ex profeso me parece un acto de
vanagloria (...). Sin duda la naturaleza ha dispuesto que un hombre, y también
un linaje y un pueblo, aprenda de otro y junto con otro (...), hasta que finalmente
todos hayan comprendido la difícil lección: no hay ningún pueblo que sea el
pueblo escogido por Dios en exclusiva; todos han de buscar la verdad, el jardín
de la mejor comunidad ha de ser cultivado por todos (...). Ningún pueblo de
Europa puede cerrarse frente a los otros y decir neciamente: en mí y sólo en mi
mora toda la sabiduría” (J.G.Herder)
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