Un tópico recorre alegremente nuestras creencias: una imagen vale más que mil palabras. Sin embargo, la imagen siempre es muda, desnuda. Muestra, pero no dice. Por eso es ambigua. Puede ser utilizada con fines difusos. La imagen congela nuestra imaginación imponiendo lo que hemos de imaginar. Mientras que las palabras dejan a la imaginación la opción de recrear imaginariamente lo que nos dice la escritura. La escritura requiere un lector para cerrar el círculo entre el escritor y el lector.
La palabra
El arco invertido de los cables atraviesa de una orilla a otra con la exacta delicadeza de una curva de compás trazada en tinta azul sobre la cartulina blanca. No hay revestimientos de piedra para esconder o ennoblecer la estructura: la luz traspasar las torres como las filigranas geométricas de una celosía. Las torres desnuda, puros prismas de acero, su verticalidad tan firme como la horizontal ligeramente combata que se extiende sin más soporte que ellas entre las dos orillas, los cables como arcos y como dobles cuerdas de arpas vibrando con el viento. Pureza matemática: dos líneas verticales atravesadas por una horizontal, un arco inverso de aproximadamente treinta grados que tiene sus extremos en los puntos de intersección de la horizontal y las verticales. (…) Poco a poco, al acercarse el tren, la ligereza se convierte en peso, en la gravitación tremenda de las vigas de acero sobre los pilares ciclópeo que las sostienen, hundidos en la roca viva por debajo del cauce del río y del cieno, sus bloques graníticos golpeados por las olas que levanta un carguero pasar bajo el puente, adelantado en seguida por tren. ( Antonio Muñoz Molina. La noche de los tiempos. Ed.Círculo de Lectores. pág.162)
La imagen