En el tercer capítulo se titula “Confucio el
casamentero”.
Tratar de resumir el libro es imposible, porque
la belleza del texto, su manera de expresarse, hacen de ella una tarea
prohibitiva. Y sin embargo, ahí va el resumen:
Como cada día Kein sale a dar su paseo matutino,
como es domingo, las calles se encuentran felizmente vacías. A él este días le
incomoda, pues, no sabe cómo gastar un días que los demás gastan inútilmente.
El niño de la escalera ha ido a casa de Kein para poder contemplar los libros
que le había vagamente dicho que vería. Teresa lo ha echado, pues, el señor no
estaba en casa.
Habla de la educación o mejor, de la mala
educación que todo lo invade.Teresa utiliza sus palabras para lanzar una
diatriba contra los malos modos de los jóvenes y por extensión de todo el
mundo. ¡Nadie está dónde debería!
Mientras Teresa sigue hablando, Kein que no escucha con facilidad acaba
por prestar oídos a lo que dice Teresa.
Al escuchar esas palabras Kein va en busca de un
libro Ari Hakuseki y lee lo que dijo el erudito japonés. Hablado de la forma de
trabajar, del esfuerzo y la concentración necesaria para acabar el trabajo.
Kein se fija en que Teresa está concentrada en la lectura. Kein siente la
tentación de ser Pigmalión, enseñar a la que no sabe.
El niño vuelve a llamar a la puerta, pero Teresa
lo despacha con cajas destempladas para admiración de Kein. Kein empieza a
pensar en la posibilidad de ayudar a Teresa en la aventura del saber: “viejas
estudiantes tardía”. Kein se debate ante la posibilidad que Teresa pueda
interesarse por los libros, pero “Los libros están totalmente indefensos ante
la gente inculta” (pág.42).
Kein tiene un largo sueño donde las pesadillas
se dan la mano. Aztecas, fuego, libros ardiendo, demonios, espantosas imágenes
de los condenados y Kein intentando salvar a los libros que arden con suma
facilidad.
Después del sueño, empieza a cavilar sobre la
posibilidad horrorosa que su biblioteca pudiera ser pasto de las llamas.
¡Veinticinco mil volúmenes! Kein es previsor, la biblioteca está asegurada...
Kein empieza a recomponer su sueño en un
ejercicio de introspección:
“ (...). Dos días antes, Kein había mirado unos
códices miniados mexicanos, uno de los cuales representaba el sacrificio de un
cautivo por dos sacerdotes disfrazados de jaguares. El encuentro casual con un
ciego, ocurrido pocos días antes, le había hecho pensar en Eratóstenes, el
anciano bibliotecario de Alejandría. El nombre de Alejandría evoca en
cualquiera el incendio de la famosa biblioteca. En una xilografía medieval,
cuya ingenuidad le hacía reír siempre, se veían unos treinta judíos que, entre
las llamas de una hoguera, seguían salmodiando tenazmente sus plegarias.
Admiraba a Miguel Ángel, cuyo Juicio Final ponía por encima de todo. En él, los
pecadores eran brutalmente arrastrados al infierno por demonios despiadados.
Uno de los réprobos, quintaesencia de la angustia y la desolación, se cubría
con la mano su cobarde cabezota, mientras unos demonios tiraban con fuerza de
sus piernas: nunca había querido ver la desgracia ajena ni tampoco la
propia, que ahora lo abrumaba. En lo alto, un Cristo nada cristiano
condenaba con brazo firme y poderoso. Con todos estos elementos se había
elaborado aquel sueño” (pág.46)
Es evidente que Kein había de haber leído, con
mucho provecho, sin duda, la Interpretación de los sueños de S.Freud. Su
pesadilla no era más que una mala pasada de sus temores y ansiedades, pero ¿qué
es lo que provocaba semejante estado?
En la vida de Kein, empezaba siempre con la
frase “¿Ya levantado?” que Teresa pronunciaba cada mañana. Kein recordaba que
le había dicho que le prestaría un libro. Concluye que lo que debe leer es una
novela. Pero ve peligros: “acaban por erosionar el carácter más firme” (pág.46).
“Las novelas son cuñas que el escritor, ese histrión de la pluma, va clavando
en la hermética personalidad de sus lectores” (pág.47).
Kein de manera brusca, le entrega un libro Los
calzones del señor Von Bredow. El libro era de su época escolar, cuando aún
deja los libros a otros. ¡Estaba desgastado y sucio!
Teresa cogió el libro y lo cubrió como su fuese
un bebé. Forró el libro, Kein no daba crédito a lo que veía. ¡Teresa trata los
libros mejor que yo!. Ante semejante muestra de cariño por parte de Teresa para
con los libros, Kein la pone a prueba. Le pregunta que haría en caso de
incendio, y la respuesta de Teresa es ¡Salvar la biblioteca! (pág.48). Kein
estaba desconcertado ante las muestras de inteligencia de Teresa. Tenía dudas
acerca de la sinceridad de Teresa. Con
la excusa de beber agua entró en la cocina, Kein observó como el libro estaba
abierto por la página 20, y Teresa llevaba unos guantes para no dañar al libro.
Teresa le dice a Kein que “-Releo doce veces cada página, si no, una no disfruta”
(pág.50)
Kein pide consejo ante esta nueva situación, y
se la pide a Confucio. Kein tenía la manía de hablar con sus sabios
enclaustrados en su biblioteca. Teresa lleva ocho años a su servicio, pero
hasta ahora no se había dado cuenta que existía. Confucio le da el siguiente
consejo:
“ Observa el comportamiento de la gente,
considera los móviles de sus acciones, examina aquello que los satisface. ¿Cómo
podría alguien ocultarse? ¿Cómo podría alguien ocultarse” (pág.52)
Kein se pregunta que hasta ahora nunca se había
fijado en nadie, pero Teresa le ha despertado. Ocho años ciego, ¿para qué sirve
el saber? Confucio: “Errar sin enmendarse es lo que se llama errar. Si cometes
una falta, no te avergüences de enmendarla” (pág.53)
Kein parece resulto a deshacer esos ocho años
ciego, entra en la cocina como un
elefante en una cacharrería y le espeta: “¡Quiero que sea mi esposa!” Teresa no
había esperado una decisión tan rápida. Inclinó, conmovida, su cabeza al otro
lado y replicó con orgullo, luchando contra el tartamudeo: “¡Servidora!”
(pág.54)
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