Javier
Cercas. Las leyes de la frontera. Ed.Debolsillo, Barcelona 2014.
En
la contraportada, se puede leer “Una obra
maestra Alberto Manguel, La Repubblica”. No sé si es una obra maestra. Creo
que no, pero doctores tiene la literatura.
Si
en su obra “El Impostor”, era una obra potente y donde la realidad siempre
supera a la ficción, un tema clave de Cercas, en esta obra que nos ocupa, Las leyes de la frontera, no es tanto la
recreación del Zarco, como la historia de Ignacio Cañas que en un verano del
78 conocerá la frontera del bien y el mal. Delincuentes juveniles, el Zarco, y
su amiga, Tere, se atravesarán en la vida anodina de Ignacio, y en un abrir de
ojos, el mundo que conocía se convertirá irremediablemente en peligroso.
Un
verano inolvidable que pudo acabar mal, casi todos terminan mal, pero que en
una pirueta de la fortuna, Cañas se salva por la intervención de un policía, el
inspector Cuenca. Después de ese verano, las cosas, toman su camino
preestablecido. Los delincuentes juveniles acaban en prisión, en el mejor de
los casos. Cañas se hace abogado, y acabara defendiendo al Zarco, por mediación
de Tere.
El
Zarco, es una versión literaria de Juan José Moreno Cuenca. Personaje famoso en
la etapa de la transición. Detenciones, fugas, prisión, rehabilitaciones
fallidas, una vida donde la cárcel fue su hogar. Muere a los 42 años en 2003. A
la distancia de trece años, el personaje es un recuerdo borroso de una España irreconocible.
¿Qué
nos marca en nuestras vidas? ¿Qué experiencias son aquellas que lo cambian
todo? ¿Qué consecuencias tienen en nuestros actos?. Sobre estas cuestiones Cercas
trata de responder a través de los personajes que componen esta historia
trágica. Cercas es de los pocos autores que se atreven a indagar sobre realidad y
ficción, literatura y periodismo, personajes reales e imaginarios.
El
libro se lee con interés, cuando el lector tiene ya una cierta edad, ese
pasado, vuelve a adquirir consistencia, y permite reconocer los errores que se
cometían al tratar de comprender nuestro alrededor, porque llevábamos puesto
nuestras anteojeras ideológicas que no nos hacían ver lo que era obvio. El
tiempo, permite saldar deudas con el pasado.