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divendres, 20 de gener del 2023

Reseña: El naufragio de las civilizaciones (VIII)

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“La ruina  de ese modelo que tan prometedor fue me causa una tristeza de la que ya no me queda tiempo para consolarme. (…) No cabe duda de que el fracaso lo explican en parte las crisis del Oriente Próximo, que enfrentaron a mi país con retos enormes. Pero también lo explica la forma desastrosa en la que se reaccionó ante esas crisis” (pág.73).


“Con el paso de los años, de las crisis y de las guerras, la tierra libanesa se convirtió en un campo franco donde se libraban directamente o por persona interpuesta incontables combates: entre rusos y norteamericanos; entre israelíes. La lista es larga. Y siempre los beligerantes externos conseguían el apoyo de esta o de aquella facción local que, con excelentes pretextos, opinaban que era hábil y legítimo apoyarse en ellos para mover sus propios peones sin preocuparse demasiado por el país y sus frágiles equilibrios” (pág.74).


“Esa degradación material y moral es tanto más desconsoladora cuanto que el Beirut de mi juventud vivía, en lo tocante a la coexistencia de las religiones, una experiencia infrecuente que creo que habría podido brindar a esa zona tan tormentosa, e incluso a otras partes del mundo un ejemplo sobre el que merecería pararse a pensar” (pág.75)


(…) No obstante, no queda más remedio que constatar que, en el mundo actual, en parte alguna se consigue que vivan juntas de forma equilibrada y armoniosa poblaciones cristianas, musulmanas y judías” (pág.75).

Maalouf constata que “la desintegración de las sociedades plurales de Levante ha traído consigo una degradación moral irreparable que en la actualidad afecta a todas las sociedades humanas y da rienda suelta en nuestro mundo a barbaries insospechadas” (pág.77).


“Ahora sabemos que la consecuencia de esa negativa a consolidar la existencia de las diversas comunidades religiosas o lingüísticas no fue reforzar la igualdad entre ciudadanos o abolir las discriminaciones, sino exactamente lo contrario. Por doquier desembocó en la marginación y la exclusión de poblaciones enteras que tenían un papel que desempeñar” (pág.78).


Maalouf habla de de un factor desestabilizador crucial para entender el desastre de ese Levante del que hablaba el autor. La idea de confesionalidad. “Esa palabra, que es el equivalente local de lo que llaman en otros lugares comunitarismo, nombra a todo un sistema de cupos en virtud del cual los cargos importantes del país se reparten de antemano entre los representantes de las comunidades” (pág.79).


“La idea original no era aberrante: había que evitar que, en la elección de un dirigente, apareciera sistemáticamente un candidato cristiano enfrentado a un candidato musulmán, con el apoyo respectivo de sus propios correligionarios. Se tomó pues la decisión de repartir de oficio los cometidos entre las diferentes comunidades. El presidente de la República habría de ser obligatoriamente un cristiano maronita; el presidente del Consejo, un musulmán sunita; el presidente del Parlamento, un musulmán chiita. En el gobierno habría siempre una paridad exacta entre ministros cristianos y musulmanes” (pág.79).


Sin embargo, a pesar de este sistema artificial para que estuviesen representadas todas las sensibilidades del país, “se subestimó el carácter insidioso y tóxico inseparable del sistema de cupos. Se albergó la esperanza de que, al suavizar la competencia entre las comunidades, disminuirían poco a poco las tensiones y se reforzaría en los ciudadanos el sentimiento de pertenecer más a una nación que a una confesionalidad. Pero ocurrió lo contrario. En vez de dirigirse al Estado para conseguir sus derechos, a los ciudadanos les parecía más útil recurrir a los dirigentes de sus comunidades. Éstas se convirtieron en satrapías autónomas, que gobernaban clanes o milicias armadas y colocaban sus propios intereses por encima del interés nacional” (pág.80).


Amin Maalouf, puede confesar: “A decir verdad, y lo escribo en el crepúsculo de mi vida con infinita tristeza, en vez de quedarse con el niño y tirar el agua sucia, se hizo lo contrario. (…) Todo cuanto era prometedor se agostó. Todo cuanto era intranquilizador e insano, y que se esperaba que fuera provisional, se afincó con mayor firmeza que nunca” (pág.80).


“En la actualidad estoy convencido de que el ideal –para mi país natal, pero no sólo para él- no reside ni en el sistema de cupos, que encierra a la sociedad en una lógica perversa y conduce directamente a lo que se quería evitar, ni en la negación de las diferencias, que disimula los problemas y contribuye a menudo a agravarlas, sino en la instauración de un dispositivo de supervisión con el que se tendría cuidado de comprobar permanentemente que ningún sector de la población, e incluso, en el mejor de los casos, ningún ciudadano, padece una discriminación injusta vinculada al color, a la religión, a la etnia, a la edad, al sexo, etc. (…) hemos de esforzarnos en tener en cuenta las múltiples sensibilidades que existen en el seno de la población, (…). Y eso exige que se esté pendiente a diario de todas las tensiones y de todas las distorsiones” (pág.81)


Llama la atención que Maalouf no hable directamente de una sociedad democrática, donde las minorías sean respetadas, donde las libertades civiles sean tenidas en cuenta, donde, la religión tenga una dimensión más privada que estatal, pues, uno de los males de fondo, es la distorsión de la religión en las sociedades árabes y musulmanas, que penetra en la propia aplicación de las leyes, generando estados teocráticos incompatibles con los modelos de las democracias Occidentales.


“(…) Es evidente que algo grave e incluso inaudito ha ocurrido en esa región y ha contribuido a trastornar nuestro mundo y a desviarlo del camino que habría debido ser el suyo” (pág.82).


El 11-S de 2001, marcó el fin de un trastorno que tuvo su origen, entre otros en 1948 con la creación del Estado de Israel, que alteró para siempre el panorama de Oriente Próximo, generando dinámicas insospechadas que han llegado hasta nuestros días. 


dijous, 19 de gener del 2023

Reseña: El naufragio de las civilizaciones (VII)

 



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Maalouf explica el papel de Nasser y su sueño panárabe, cómo Egipto y Siria se convirtió en el primer ejemplo de lo que debería ser esa un unión con la proclamación de la República Árabe Unida (RAU). El sueño de unidad parecía posible, desde “Irak a Yemen y desde el Sudán a Marruecos” (pág.67). 

Maalouf confiesa lo siguiente: “Yo tenía nueve años y sólo me quedan recuerdos nebulosos de lo que se llama en la historia de mi país natal “la revolución del 58”. Lo que se me ha quedado en la memoria son sobre todo las voces de mi padre y mi madre cuando mencionaban en mi presencia algunos acontecimientos trágicos: el asesinato de un periodista cristiano partidario de Nasser; el secuestro y el asesinato de otro periodista también cristiano, pero ferozmente hostil a Nasser (…) Me acuerdo también de que los colegios estuvieron cerrados seis meses” (pág.68).

“Cuando, el 14 de julio de ese año, una revolución cruenta derrocó a la monarquía iraquí y asesinaron a los miembros de la familia real, así como a los dirigentes que simpatizaban con Occidente”, los Estados Unidos intervinieron. (…) No menos de catorce mil hombres participaron en la operación; salvaguardaron el puerto de Beirut, el aeropuerto, las principales arterias y los edificios del gobierno. Los combates entre facciones locales se apaciguaron en el acto”.

“Para que concluyera la crisis, el Parlamento eligió un nuevo presidente con la bendición de Washington. Era el jefe del ejército, el general Fuad Chehab (…). (págs. 68/9)

“Una de sus primeras iniciativas fue un gesto simbólico de gran alcance y que podría haber tenido efectos duraderos si el país y la zona hubieran evolucionado de forma diferente: un encuentro cara a cara con Nasser en la frontera sirio-libanesa (…). “Chehab se comprometía a que su país no volviera a servir de base a los enemigos de Nasser y éste prometía, a cambio, no volver a mencionar nunca una unión del Líbano a la República Árabe Unida”. (págs..69-70)
 
“En la madrugada del 28 de septiembre de 1961 Damasco fue escenario de un nuevo golpe de Estado. En esta ocasión en contra de Nasser, en contra de la unión con Egipto.” (pág.70) Los golpistas utilizaron la calamitosa situación económica que había perjudicado a Siria como excusa para separarse del rais.

“Lo que sí es cierto es que la unión egipcio-siria había supuesto una amenaza seria e inminente para la independencia del Líbano, no menos que para su paz civil; y que gracias a la sensatez, la clarividencia y la habilidad de sus dirigentes de entonces, el país salió de esa prueba indemne e incluso quizá reforzado”. (pág.71)

Líbano había sabido guardar su independencia, pero la dinámica política, conformó dos posiciones: una línea se adhería a la del jefe del Estado Chehab, “llamada precisamente ‘la Línea’, y otra contraria y bautizada como ‘la Alianza’” (pág.72). Las diferentes posiciones se “enfrentaban con ideas y programas” (pág.72), y suponía la posibilidad de un desarrollo democrático en el país. Maalouf sostiene que el potencial del Líbano para salir de la crisis era superior a otros países de su entorno, y ello debido a que poseía un  nivel superior “por sus escuelas, sus universidades, sus periódicos, sus bancos y sus tradiciones mercantiles. Destacaba por una gran libertad de expresión y una gran apertura tanto hacia Oriente cuanto hacia Occidente. Habría podido tirar del universo levantino y del conjunto del mundo árabe hacia arriba, hacia una democracia mayor y una modernidad mayor. Pero fue de él del que tiraron hacia abajo. Hacia una violencia mayor y una intolerancia mayor. Hacia el quebranto y el retroceso. Hacia la pérdida de toda confianza y de toda perspectiva de futuro.” (pág.74)

Esta descripción que nos da Maalouf, permite comprender que la historia no esta escrita de antemano. Que lo sucedido hubiera podido ser de otra manera. Que las fuerzas activas y reactivas en un momento histórico pueden fluir en diversas direcciones y que en el transcurso del tiempo, ese fluir parece conducir inexorablemente en la mala dirección. En asuntos humanos, no hay destinos aciagos, ni leyes inexorables que hagan inevitable lo que sucede. Demasiados actores intervienen en este drama en el que se convirtió el Líbano.

dijous, 12 de gener del 2023

Reseña: El naufragio de las civilizaciones (VI)




“Cuando, en la década de 1960, abrí los ojos para mirar el mundo que me rodeaba, Beirut había empezado a suplantar a El Cairo como capital intelectual del Oriente árabe. (…) Por ello, -el poder absoluto de Nasser había silenciado las voces disidentes en Egipto-, el “ágora” de los debates árabes se había desplazado a un terreno neutral donde no causaba estragos ninguna autoridad represora”. (pág.57)

“Pocos recuerdan la época en que ese país –Siria- contaba aún con prensa independiente, elecciones libres y un amplio abanico de partidos políticos”. Pero, en 1949, “tuvo lugar en Damasco el primer golpe de Estado”. (…) Pero en agosto lo derrocó otro golpe de Estado y lo ejecutaron sumarísimamente. Luego, en diciembre, derrocaron también a su derrocador y murió asesinado a continuación, pocos meses después…” (pág.58)

“Tras 1949, el año de los tres golpes de Estado, la democracia no volvió nunca a imponerse en Siria. El país no ha tenido ya más que una triste y frustrante alternancia de períodos de inestabilidad y períodos de dictadura. Y, con cada convulsión, los perdedores iban a desterrarse al Líbano (…).” (pág.58)

“Hubo durante décadas entre Damasco y Beirut un flujo continuo de refugiados, algunos de los cuales, que pertenecían de entrada a la elite siria, pudieron integrarse sin dificultad en la elite del país de acogida. A nadie escandalizaba enterarse de que tal poeta, tal actriz, tal compositor, tal ministro o tal presidente libanés había nacido en Damasco, en Alepo o en Latakia y no en Beirut o en Tiro”. (pág.59)

“(…) El Líbano desempeñó durante mucho tiempo el papel de tierra de asilo para los “malqueridos” de oriente Próximo. De forma parecida, hasta cierto punto, a lo que hizo Egipto hasta la década de 1940.” (pág.59)

“El cosmopolitismo a lo egipcio tenía que ver con la larga tradición de las “escalas”, esos emporios donde los súbditos europeos gozaban de la protección de los cónsules de las potencias en virtud de tratados desiguales que se le habían impuesto antaño al “hombre enfermo” otomano”. Explica el caso del asesinato de Salomon Cicurel en 1927. 

“El caso tuvo gran repercusión. Algunos intelectuales  egipcios conocidos tomaron la pluma para denunciar una situación aberrante que situaba a los súbditos extranjeros por encima de las leyes y les daba a todos y cada uno algo así como una inmunidad diplomática, por no decir una garantía de impunidad.” (pág.60) En el caso comentado, de los cuatro acusados, dos eran italiano y otro griego, fueron entregados a las autoridades italianas y griegas, el cuarto, un “tal Dario Jacoel a quien los documentos de la época señalan como “judío apátrida”, lo juzgaron y lo condenaron -a la horca-“ (pág.60).

De esta práctica “colonialista”, tuvo efectos en Irán. “La ruptura entre el ayatolá Jomeini y el régimen del shah se consumó el día en que el monarca aceptó, en 1964, a petición de Washington, que a los militares estadounidenses que estaban en Irán no pudiesen juzgarlos nunca los tribunales locales. (…) pero la rabia por la extraterritorialidad de que gozaban los occidentales fue, indudablemente, un factor determinante. No fue, por lo demás, una casualidad que una de las primeras cosas que hicieron los militantes revolucionarios iraníes fuera hacer caso omiso de la inmunidad de la embajada estadounidense y convertir a los diplomáticos en rehenes” (pág.61).

Dice Maalouf, “se trataba ante todo de un acto de rebeldía con un ‘orden mundial’ que llevaba siglos imponiéndose y que instauraba de forma a veces explícita y a veces implícita una jerarquía entre los pueblos y entre las culturas, con los occidentales entronizados en el peldaño más alto” (pág.61).

“El destino del Egipto de mi familia materna era venirse abajo. No era ya sino una supervivencia, el testigo agonizante de una época ya concluida. Nasser le disparó el tiro de gracia y no volvió a levantarse.” (pág.62).

Maalouf, explica el caso del Líbano. Dice: “El objetivo de los fundadores del país fue organizar la convivencia y mantener el equilibrio entre las comunidades religiosas locales: maronitas, drusos, sunitas, chiitas, griegos ortodoxos o griegos católicos; y también armenios, sirios, judíos, alauitas o ismailíes” (pág.63).

Uno de los males del Líbano y que acabaría costándole caro fue la costumbre de “buscarse protectores fuera del país para reforzar su posición interior” (pág.63). Así, “los maronitas se vincularon a Francia, y sus rivales, los drusos, entraron en contacto con Inglaterra. Los sunitas contaban con los turcos; los ortodoxos con los rusos; y así sucesivamente” (pág.64).

“Cuando, recién terminada la Primera Guerra Mundial empezó a desintegrarse el impero de los sultanes, los dirigentes de la Iglesia maronita hicieron cuanto pudieron para que la potencia mandataria en su territorio fuera Francia y para que trazase las fronteras de un nuevo Estado donde pudieran sentirse en casa. Así nació el Líbano con sus actuales límites” (pág.64).