Resulta extraño que un partido de waterpolo femenino haya tenido que trasladarse de Barcelona a Molis de Rei y de ahí al CAR de Sant Cugat. El motivo al parecer es que la CUP no le gusta la selección israelí. ¿Cómo es posible que tres concejales puedan imponer su negativa para que un partido que debía celebrarse en la Piscina Sant Jordi no haya podido realizarse?
Ahora resulta que nadie asume la responsabilidad de semejante disparate. La representante de la CUP de Barcelona, Eulàlia Reguant había denunciado: "la connivència, en el fons, amb règims com l'estat d'Israel, on es promou l'apartheid i on en reiterades ocasions s'ha utilitzat la violència contra esportistes palestins" [La connivenca, en el fondo, con régimenes como el estado de Israel, donde se promueve la segregación y donde en reiteradas ocasiones se ha utilizado la violencia contra deportistas palestinos]
¿Es está toda la argumentación para prohibir una competición? La CUP es un grupo cuya radicalidad verbal es permanente. Hacen alarde de un esencialismo insufrible. Su superioridad moral les hace inasequibles al desaliento de los hechos. Los hechos siempre deben ceder ante sus demandas maximalistas. Siempre es todo o nada. Curiosamente, siempre escogen nada, en vez de un poco o algo.
Convertirse en árbitro de la moralidad es un mal negocio. Desde Montesquieu sabemos que es necesario poner límites a la virtud. Los de la CUP nunca tienen bastante. Ellos son los buenos y sus causas, las suyas, son siempre inmaculadas. ¡Qué horror que nadadoras israelíes vengan a jugar un partido de waterpolo! Lo peor no es que la CUP haga estos alardes, lo peor es el silencio cómplice de los restantes grupos políticos, lo cual resulta muy llamativo.