Javier Gomá Lanzón, Tetralogía de la ejemplaridad- Imitación y experiencia; Aquiles en el gineceo; Ejemplaridad pública y Necesario pero imposible. Debolsillo, Barcelona, 2019.
Estamos delante de una monumental obra, que a través de la idea-fuerza de la ejemplaridad, nos da un recital de buen hacer en el orden filosófico. Cuatro volúmenes que se pueden leer por separado, aunque todos ellos vayan a confluir en el último volumen, titulado Necesario pero imposible. Un texto, arriesgado en grado sumo, pero que el autor, consciente de la apuesta que conlleva, nos incita a adentrarnos en el ámbito de la esperanza.
La tesis que plantea esta tetralogía es sumamente atractiva: la muerte requiere prepararla, porque en ello nos va, la propia individualidad. Nadie quiere morir en vano, nadie quiere morir en el anonimato de la masa. Morir, viene a decirnos la tesis de estos libros, es culminar nuestra biografía. Somos seres finitos y estamos destinados a morir, sí lo estamos, pero también, es tesis del autor, aspiramos a sobrevivir. La solución que propone el autor, nos lleva a la esperanza de la redención de Jesús. Él nos lleva la buena nueva que la muerte no es el final. Ciertamente, en ese territorio se requiere esa esperanza que va más allá de las experiencia cotidiana en las que vivimos.
Hacernos cargo de la muerte, requiere asumir una evolución que pasa por la etapa estética, donde prima la subjetividad, la experimentación y rechazo del mundo que nos toca vivir, para posteriormente, aceptar el reto de ser adultos. Esta aceptación, conlleva la etapa ética. Gomá Lanzón, en sus páginas, dibuja una realidad que debemos aceptar. Ser adulto significa tomar la cotidianidad como un deber. Producir y reproducirse, he ahí los imperativos de la edad adulta. No suena heroico, porque vivimos en un mundo posheroico. Se reivindica a los ciudadanos de la calle. Vivir es la gran aventura en la construcción de un yo y un nosotros en una sociedad democrática. Nada de esfuerzos heroicos ni poses para la historia.
La imagen que nos ofrece Gomá Lanzón, tienen un aire de familia peligrosamente conservador. Sin embargo, nos permite situarnos en el principio de realidad, como punto de partida. Continuidad y futuro no son términos antitéticos. De la misma manera que rechaza el binomio hombre-artista, propio del Romanticismo, nuestro autor, cree posible una síntesis entre ciudadano y creyente. Revindica nuestra absoluta secularización, propia de la emergencia de la subjetividad que se encarna en la modernidad. Somos autónomos. Pero cree que esa autonomía no pierde un ápice de su valor si se le añade ese grado de esperanza que supone la creencia en una vida después de la muerte. Si alguien quiere pruebas, viene a decir nuestro autor, ahí está la obra de Jesús. Su vida y ejemplo nos dice que la muerte no es el fin final. El propio autor es consciente de la dificultad de aceptar acríticamente semejante desafío.
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