Más allá de S&P, no confundir con Soler & Palau, Cataluña deriva hacia un reino de microscópicas diferencias entre sus diferentes sectores de la función pública. Nada de unidad y si multiplicación de colectivos de agraviados. Que los “Mossos d’Esquadra” canten “Qué viva España! tiene su gracia. Pues, ¿dónde creen que viven? Por su lado, los funcionarios de prisiones también protestan por lo suyo. Cada colectivo asume su propia defensa en un ejercicio de insolidaridad con los restantes colectivos de funcionarios. La ciudadanía que no es funcionario, debe ver con asombro el espectáculo de unos trabajadores que tienen –por ahora- asegurado su futuro laboral, mientras que en el ámbito privado las cosas van de mal en peor, a pesar de lo que diga el gobierno y su portavoz.
Recortes y ajustes a los sectores más fácilmente controlables, pues, las rentas del trabajo son inspeccionadas a través del IRPF. Mientras que en otros sectores, especialmente en servicios, la opacidad es más fácil, mientras que las tributaciones en el sector financiero son el paraíso para los más ricos. Nada nuevo que no se supiera anteriormente, lo que pasa ahora es simplemente que todo recaen sobre los de siempre. Decía Daniel Innerarity en “Ética de la hospitalidad” que para forjar esa “ética de la hospitalidad” que suponga la “inclusión social” es necesario reivindicar el trabajo como concepto central. El trabajo permite reafirmar la autonomía personal y la integración social. La política debería forjar vínculos sociales para fortalecer esa dimensión solidaria.
El problema de esa dimensión solidaria, requiere explicitar las diferencias entre los individuos y de ahí la necesidad de configurar un nuevo “contrato social”. Frente al “velo de la ignorancia” (J.Rawls) aparece la idea de reivindicar la diferencia aceptando la desigualdad.
¿Pero, cómo aceptar esa desigualdad si quien se beneficia exclusivamente son aquellos que están en condiciones de imponer las reglas de juego que siempre les beneficia? Si la solidaridad mecánica se ha puesto en cuestión, es necesaria volver a reivindicarla, sin embargo, los Estados no tienen al parecer voluntad efectiva para llevarla a cabo. Así que sólo queda la ciudadanía. Pero está demasiada atemorizada y atomizada para plasmar algo tangible. Los partidos de izquierda no saben a dónde van. Están superados por mecanismos impersonales como los mercados que a escala global hacen y deshacen siempre en beneficio propio y en perjuicio de los demás. El espectáculo de reivindicaciones sectoriales da juego a los periódicos para llenar espacio, pero no parecen que sea efectivo, pues, la ciudadanía acaba votando a los mismos partidos que son responsables de los recortes. ¿Qué hacer?
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