Volando hacia su destino en Santiago de Compostela el Papa Benedicto XVI ha establecido un discurso donde se relaciona la España actual y la Segunda República a propósito del anticlericalismo. Situó el lugar donde se enfrentan la fe y la "laicidad agresiva", y el lugar no es otro que España. Una vez más España se sitúa en el foco donde se juega la una lucha finisecular entre el bien y el mal. Palabras que habrán sacudido al gobierno de Zapatero que se esfuerza con contentar a una jerarquía eclesiástica llena de tics del pasado. El gobierno es víctima de sus propias contradicciones. Por un lado, dota de una financiación a la Iglesia más que generosa y además no pone en marcha la "Ley orgánica de Libertad Religiosa y de Conciencia", a pesar que se había anunciado en su programa electoral.
Consecuencia de todo ello es, pues, que la jerarquía católica despliega junto con sus medios de propaganda una agresiva campaña de victimismo insufrible que pretende denunciar a un gobierno que maltrata a la religión católica. Al parecer el Papa ha querido creer está versión y tranquilamente lo ha denunciado así. ¿Qué hará el gobierno ante semejantes palabras? Nada.
Vivimos en una sociedad donde cualquier tema se traduce en una confrontación entre el nosotros y ellos. Entre amigos y enemigos, que hace que no se pueda debatir cualquier cuestión sin entrar en acusaciones intolerables. Resulta difícil admitir que la Iglesia católica sea perseguida, dada las ventajas y privilegios que tiene. La jerarquía eclesiástica debe añorar los buenos tiempos donde tenían influencia y poder. Aún tienen influencia y poder, pero menos, afortunadamente. No contentos con esto se permiten decirnos lo que está permitido y lo que debe prohibirse. La existencia del matrimonio homosexual y la ley del aborto es una afrenta para su moral.
En pleno siglo XXI la Iglesia ha vuelto a renacer de las cenizas. Es uno de los signos de los nuevos "tiempos líquidos" (Z.Bauman). Allí donde se han evaparado las ideologías, reaparecen las religiones para volver a ocupar su espacio. Mucho se habla de ecumenismo, de tolerancia y concordia, pero lo cierto es que la retórica que se utiliza nos aleja de esa cantinela. No he visto aún que ese ecumenismo se haya llevado a cabo para expresar una crítica a un mundo donde las diferencia y las desigualdades son intolerables. Y sin embargo, Benedicto XVI se permite recordarnos que es aquí, en España, donde se está jugando la batalla entre la fe y el mal. El mal se expresa en una "laicidad agresiva". Habría que preguntarse entonces como expresar lo que ha dicho el Papa ¿"vaticanismo furibundo"?.
Una sociedad abierta como es España garantiza que muchísimos creyentes puedan asistir a un evento de significado religioso, expresar su júbilo, y también, que muchas personas puedan expresar su disconformidad. Las sociedades democráticas se miden por su capacidad de gestionar la controversia. El gobierno ha hecho el ridículo, por eso debería actuar con independencia. Aprobar esa Ley que prometió y actuar desde un marco estrictamente laico, así lo dice el artículo 16.3. de la Constitución "Ninguna confesión tendrá carácter estatal". Neutralidad que significa laicidad, el Estado no puede tener confesión, precisamente por ello garantiza que cualquier ciudadano pueda pertenecer a la confesión que considere más conveniente. Una mala tradición que viene de la transición ha sido la aparición de nuestros gobernantes en actos religiosos. Como ciudadanos que son pueden acudir a las celebraciones religiosas, pero como responsables institucionales deberían abstenerse. Como no lo han hecho, ahora será considerado como una afrenta. Seguramente la falta de convicción política les frena para hacer lo que tendrían que haber hecho, los votantes católicos militantes no votarán a Zapatero tanto si va como si no va a los actos religiosos, mientras que los votantes de izquierda, muchos puedan sentirse contrariados por su deferencia a una jerarquía católica que nunca tiene bastante, siempre nos queda a nuestro embajador en la Santa Sede que estará encantado de presidir los actos religiosos en nombre del gobierno español.
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