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dilluns, 4 de febrer del 2019

Venezuela: horas amargas


Venezuela. Un país rico en petróleo que se debate entre el caudillaje y el mesianismo tecnológico. Un país que está al borde de un colapso total por la falta de medida de unos y otros. Maduro es un dictador que pretende mantenerse en el poder al precio que haga falta. Una oposición cada vez más aguerrida y desacomplejada que con el respaldo simbólico de Occidente –democracia y liberalismo-, actúa como si realmente tuviese el poder. No lo tiene. De momento las Fuerzas Armadas, apoyan a Maduro, habrá que ver hasta cuándo. Estas Fuerzas Armadas fueron las que sostuvieron a Hugo Chávez, el anterior caudillo de Venezuela. Un golpe de estado, militar, le permitió subir al poder. Así, que, las Fuerzas Armadas, se han caracterizado por tener el control efectivo del país.


Venezuela es un país rico, pero se debate en la pobreza. Todos los indicadores son alarmantes. La vida cotidiana de la gente, es de una precariedad humillante. Escasez en todos los servicios. Una situación que ha obligado a muchos venezolanos a marchar del país. Esta escalada de la tensión que se vive en Venezuela, y padece la sociedad, especialmente, los más pobres, parece no importar lo más mínimo a nadie. ¡Tienen petróleo! Venezuela es el país que posee las mayores reservadas del mundo, por delante de Arabia Saudí. Así que no es de extrañar que EEUU haya puesto su mirada en dicho país. La democracia se desconecta de la igualdad y exalta los valores del neoliberalismo más despiadado, esa es la nueva receta del “nuevo orden mundial”.  España que vende armas al gobierno de Maduro, tendría que optar por una estrategia de contención. Buscar una mesa de negociación, buscar soluciones pacificas en vez de alentar una revuelta social, tiene que recordar que en Venezuela hay más de ciento setenta mil personas con pasaporte español, amén de importantes ámbitos financieros e industriales. Un enfrentamiento social, sería un drama  para esas personas y un peligro para sus vidas y haciendas.


La retórica de Maduro poco podrá hacer contra ese conglomerado de países que quieren que el opositor Juan Guaidó gobierne el país. ¿Gobernará para todos los venezolanos o sólo para los de siempre?

dissabte, 5 de març del 2011

Desde el balneario...

Lo que sucede en Libia es una página trágica sobre la condición humana. Un dictador y sus huestes del terror que pretenden mantenerse a toda costa. Una sociedad que lucha por su libertad y que están pagando carísimo, en vidas, este deseo. Y una comunidad internacional que está enfrentada a sus propios intereses. España, por supuesto, no pinta nada en todo lo acontecido. Antaño éramos los amigos de los pueblos árabes, eso es lo que se decía, ahora no somos más que comparsas. Cierto, en Libia hay intereses de empresas como Repsol y Gas Natural que nos hacen la vida a todos más fácil sí he de creer en su propaganda interesada. Petróleo y gas a cambio de armamento y silencios cómplices. Nada de lo que otros países europeos no hagan.


El régimen sigue enrocado hay cientos de muertes entre los civiles en un escenario de guerra civil encubierta. Desplazados que huyen hacia Túnez –trabajadores de otros países-. Mientras la “comunidad internacional” trata de decir algo, pero no se sabe qué. El factor tiempo juega a favor de Gadafi y su camarilla. Los  mercados ha dictaminado que el precio del petróleo suba de forma imparable. Nuestro presidente se va a los Emiratos árabes en busca de financiación y en su gira aterriza en Túnez para hablar de transición y promesas que no puede cumplir ni liderar. España que es dependiente en un 80% del petróleo ha puesto en marcha un plan para reducir en un ilusorio 5% su dependencia. Parece muy poca cosa. No nos hemos plateado un plan más ambicioso y de larga duración. Siendo un país de sol y con una orografía propicia para los vientos, se ha avanzado muy lentamente en fuentes energéticas limpias –energía solar y eólica-. Las nucleares pudieran ser una opción, pero se requiere una financiación que las empresas eléctricas no están dispuestas a financiar, acostumbradas como están a subvenciones eternas. Seguramente, la propia dinámica de las cosas, empujará a realizar medidas más audaces e impopulares.