En el libro de Tony Judt “Sobre el olvidado siglo XX” en el capítulo dedicado al historiador E.Hobsbawm, le dedica elogios pero como historiador debería haber dicho algo más que un silencio clamoroso sobre los desmanes del estalinismo.
Dejamos para otro momento, por qué tantos intelectuales se dejaron fascinar por Stalin: “la ridícula sorpresa –escribió R.Aron en 1950- es que la izquierda europea ha tomado a un constructor de pirámides por su Dios”.
Judt afirma que “los valores e instituciones que ha sido importantes para la izquierda –desde la igualdad ante la ley hasta la provisión de servicios públicos por derecho- y que ahora son objeto de ataques, no debían nada al comunismo. Sesenta años de “socialismo real” no aportaron nada a la suma del bienestar humano. Nada. (pág.131)
Lo que se ventila en estas cuestiones es el papel de los intelectuales. Ser voces orgánicas o voces independientes. Desgraciadamente, los intelectuales de izquierda se convirtieron, unos de forma conscientes y otros inconscientemente en portavoces de la tiranía.
La historia nos debería enseñar del pasado, de nuestros errores. Los intelectuales están en horas bajas, falta tono moral, porque las coordenadas por las cuales han de guiarse no están claras. Porque las recetas antiguas ya no sirven para los nuevos platos que se están cocinando. La realidad actual es “líquida” (Z.Baugman) y eso supone la necesidad de replantearse con un nuevo bagaje intelectual -conceptual-, la fragilidad de nuestras sociedades, inmersas en dinámicas inestables y cuyos resultados son inciertos.