Reseña:
Hans Magnus Enzensberger, El perdedor radical. Ensayo sobre los hombres del terror, Trad. Richard Gross, Colec. Argumentos, Anagrama, Barcelona, 2007.
Un texto breve (72 págs.) para una cuestión profunda y compleja. A pesar de ello, el texto no defrauda y si aporta algunas ideas dignas de resaltar. ¿Qué hace que una persona o un grupo de ellas, decida que la mejor manera de arreglar el mundo, es la destrucción de los otros y de paso de uno mismo?
La sociedad actual, inmersa en la globalización, genera un ejército de perdedores. Sin embargo, no todos ellos, llevan el nombre de título, perdedor radical. Así, puede decir: “Al fracasado le queda resignarse a su suerte y claudicar; a la víctima, reclamar satisfacción; al derrotado, prepararse para el asalto siguiente. El perdedor radical, por el contrario, se aparta de los demás, se vuelve invisible, cuida su quimera, concentra sus energías y espera su hora.” (pág.6)
Los caracteres del perdedor radical, residen, entre otras las siguientes: el ser un hombre, que hoy, ha perdido el trono absoluto de soberano, siente una herida profunda, que “a una mujer le resultaría más bien ajeno.” (pág.8).
El perdedor radical, necesita introyectar, su imposibilidad de triunfar, hasta que no alcanza ese sentimiento profundo, puede ser fracasado, o víctima, pero no es aún, perdedor radical. Éste necesita verificar que los demás si valen, y él no.
¿Cuándo el perdedor radical dice basta? Su capacidad para soportar la perdida, requiere que dicha perdida vaya aumentando continuamente. Después el detonante, puede ser cualquier cosa trivial que le pase. De ahí, la dificultad de comprender porqué de su conducta. Hace lo que hace, por ejemplo, matar a sus hijos y su mujer para después suicidarse, precisamente, porque las muertes provocadas por él, aceleran su propia muerte. ¿Cómo detectarlos? ¿Cómo chequear a los incontables perdedores radicales? El mundo en el que vivimos, una combinación de anomia y socialización virtual, genera y multiplica, la aparición del perdedor radical.
Siempre han existido perdedores radicales, porque la condición humana es imperfecta, sin embargo, el progreso social ha generado expectativas cada vez más elevadas. La propaganda nos pinta un mundo de lujo y confort, como jamás hubiésemos imaginado, pero, no todos alcanzan esos sueños publicitarios. Los males que el progreso elimina, hacen que los males que quedan –siempre quedarán- los hacen insoportables.
Cualquiera que pasa una mala racha, se contenta con pensar que siempre hay gente, que está peor que él, relativiza su situación, pero el perdedor radical, nunca mira a los que están peor, sino a los que están mejor, generando un mayor resentimiento. Como no busca la causa en sí mismo, necesita buscarla fuera de él. El mundo está lleno de candidatos.
Si el perdedor radical “no le sale al paso un programa ideológico, su proyección no encuentra ningún objetivo social; lo busca y lo halla en el entorno cercano: el superior injusto, la esposa indómita, los niños vociferantes, el vecino malévolo, el colega intrigante, la autoridad intransigente, el facultativo que le niega el certificado médico, el profesor que le pone malas notas.” (pág.14) ¿Qué pasa cuando el enemigo no tiene un rostro inmediato? La respuesta es: “No es difícil localizar a los poderes conminatorios que le tienen ojeriza. Se trata generalmente de los inmigrantes, servicios secretos, comunistas, norteamericanos, multinacionales, políticos, infieles. Y casi siempre de los judíos.”(pág.14)
El perdedor radical está encerrado en un “circulis vitiosus” (pág.14). Su propia herida y la proyección de los culpables de esa herida. “La única salida a su dilema es la fusión de destrucción y autodestrucción, de agresión y autoagresión.”(pág.15)
La autodestrucción parece contradictoria con la necesidad que experimenta el instinto de conservación. A pesar, del dictamen de Nietzsche: “«Los fisiólogos deberían pensárselo bien antes de afirmar que el instinto de conservación es el instinto cardinal de un ser orgánico» «Los fisiólogos deberían pensárselo bien antes de afirmar que el instinto de conservación es el instinto cardinal de un ser orgánico»” (pág.17). Freud, planteo su tesis del instinto de vida y de muerte (Eros y Tánatos), “puede haber situaciones en las que el ser humano prefiera un final terrible a un terror —sea real o imaginario— sin fin.” (pág.18).
Enzensberger, plantea la pregunta: “¿Y qué sucede cuando el perdedor radical supera su aislamiento, cuando se socializa y encuentra una patria de perdedores con cuya comprensión e incluso reconocimiento pueda contar, un colectivo de congéneres que le dé la bienvenida, que lo necesite?” (pág.19)
En ese entorno, “se forma una amalgama de deseo de muerte y delirio de grandeza, y de su falta de poder le redime un sentimiento de omnipotencia calamitoso.” (pág.19). Ilustra esta idea con el ascenso del nacionalsocialismo, con el Tratado de Versalles (1918) como motor del resentimiento y un chivo expiatorio: los judíos. La guerra imposible que entabló contra todos, buscaba más la derrota que la victoria. Hitler, prefería que el pueblo alemán sucumbiera, si no era capaz de vencer.
Una paradoja del mundo actual es que los Estados, a pesar de un inmenso poder destructor, se baten en retirada, cuando se siente amenazada por grupos terroristas. Esos terroristas son, hoy, el perdedor radical, agrupados en “colectivos de perdedores”. El número de siglas que se emplean son amplios, y de amplio espectro. Una característica es la utilización de palabras como liberación, democrático, popular, etc. Sin embargo, ese amplio grupo, que utilizaba tácticas de “guerrilla urbana”, no han sabido adaptarse al mundo globalizado. Como mucho, solo operan a escala local. Los únicos grupos capaces de operar a escala global, son los grupos islámicos.