IV
Lo que nos espera*
24
Entender y gobernar el mundo que viene
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Lo que nos espera*
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Entender y gobernar el mundo que viene
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Intelectuales, expertos y tertulianos
“(…), voy a sostener que el intelectual es predemocrático (su elitismo ya no se corresponde con una sociedad de inteligencia distribuida), el experto es posdemocrático (representa el intento de sustituir la legitimación democrática por la autoridad epistémica) y el tertuliano es el más representativo del espíritu de la democracia en tanto que régimen de opinión (la fuente última de legitimidad es la ciudadanía, y este título no se debe a lo que sabe, sino al principio de soberanía popular)” (pág.97-8)
Si el intelectual se bate en retirada, el experto (expertos)ha ocupado su lugar, pero, los expertos no siempre coinciden y las más de las veces se contradicen, sus puntos ciegos, son la visión de conjunto, sus vaticinios son arrastrados y desmentidos por los hechos. No se trata de hacer oídos sordos a los expertos, pero se requiere ponerlos en contexto. Como dice Innerarity “el sistema político en una democracia no tiene más remedio que observar y controlar críticamente a sus expertos” (pág.102)
Si los expertos, tienen sus limitaciones, la aparición de los tertulianos, parecería un retroceso en el orden del conocimiento, pues, ¿qué saben los tertulianos? Nuestro autor ante la prevención del término tertuliano, aclara: “Evidentemente, no estoy elogiando a los peores ejemplares de la especie, sino a lo que significa que una democracia se entienda como una discusión entre personas que opinan y no tanto entre quienes supuestamente saben, como debate entre iguales y no como un discurso elitista” (pág.102).
El tertuliano al decir de Innerarity, ejemplifica el desconcierto de la sociedad ante los retos a los que nos enfrentamos, ante la incertidumbre que nos rodea. Hay que actuar ante problemas colosales –cambio climático, sociedad del conocimiento, monopolios digitales, crisis energética-, con un conocimiento limitados, lo que nos hace ignorante de las consecuencias que nuestras acciones u omisiones pueden causar. La sociedad en su conjunto tiene que afrontar retos que van más allá del intelectual o el experto, atañen a la propia ciudadanía. Las sociedades democráticas implican deliberación, donde hay cabida para el intelectual y los expertos, pero también para esa ciudadanía que le afecta los problemas que genera y que tiene que afrontar.
La democracia como materialización de un modelo de razón
Existe la idea de que la política como espectáculo esconde en el fondo que “el poder real se encuentra en otro lugar” (pág.20). Existe una doble moral, en el sentido de responsabilidades, elevadísimas si nos encontramos con los políticos y los poderes en la sombra. Las críticas aceradas de unos –la clase política- contrasta con la adulación o exculpación de los poderes económicos, por ejemplo.
Cruz puede afirmar que “el desmesurado auge de una determinada forma de racionalidad, la instrumental, ha sido en detrimento de la otra, la dialógica o deliberativa” (pág.21). Desgraciadamente, esta dicotomía entre razón substancial –tiene en cuenta principios y reglas éticas sobre las consecuencias de las acciones y la razón instrumental –que se propone alcanzar fines sin importar los medios para alcanzarlos-. A pesar de lo que pueda decirse de ambas razones, lo cierto es que ambas operan en zonas grises, lo que acarrea dificultades no de principios, pero sí en las aplicaciones prácticas.
El eclipse de la razón vendría a ser sustituido por una “nuevo sentido común”, como antídoto contra la política. Sin embargo, ese “sentido común” no es más que ideología del statu quo. Cruz, menciona a Margaret Thatcher como el símbolo de ese “sentido común” como una amalgama de “conservadurismo moral inglés y la ideología del libre mercado” (pág.22).
El “sentido común” supone la cancelación de los grandes relatos de emancipación. Como dice Cruz, la consigna sería: “esquivemos el debate de ideas” (pág.22). Como todo esta “patas arriba” (Eduardo Galeano), “los que no se metían en política se han visto reemplazados por quienes se meten en política...supuestamente sin opiniones políticas, esto es, tan solo armados de las categorías, según ellos incuestionables, del sentido común” (pág.23). Hoy, esa papilla ideológica, se hace dominante en perjuicio del debate (deliberación) de ideas.
En opinión del autor, una determinada izquierda, se ha lanzado a “librar la batalla de las guerras culturales” (pág.23), en sustitución de los proyectos de emancipación, busca nuevos electores que sustituyan a los desencantados o simplemente, de aquellos que se han acomodado a los nuevos aires que soplan. Se sustituye así, los debates sobre economía (de mercado) en beneficio de la ampliación de nuevos derechos “(feminismo, derechos LGTBI, derechos de los animales, ecologismo, nuevos lenguajes inclusivos...)” (pág.23). Una deriva de ese nuevo “sentido común”, tiene que ver con la apropiación de la derecha de temas que anteriormente, utilizaba la izquierda.
Se diría que en la actualidad, la izquierda, busca en sectores de los nuevos derechos, al viejo sujeto de la revolución, el proletariado se ha esfumado –no es cierto, pero ha sido seducidos al parecer por cantos de sirena que vienen de la derecha extrema y extrema derecha-. Ello supone que ser el concepto de clase, que había sido utilizado como herramienta conceptual, sea en la actualidad objeto de burla o de menosprecio. La derecha plantea “valores posmaterialistas en términos directamente posideológicos” (pág.24). Como la derecha rechaza cualquier cambio en el orden económico –desigualdad social, precariedad y control social-, solo puede ofrecer cambios en los valores culturales imperantes, además en clave tradicionalista. Los debates que la derecha plantea, son sobre cuestiones como la “sexualidad, la moralidad o la religión” (pág.25), temas que se abordan no desde el debate sosegado de ideas, sino desde una perspectiva eminentemente emocional. La derecha quiere marcar diferencias con la izquierda precisamente en esos ámbitos. Según ellos, estos temas tienes un fundamento en el “nuevo sentido común”. Según la derecha hay que despolitizar estos temas, e introduce inmediatamente, la vena emotiva, el ser o no ser de cada individuo. La figura de la víctima aparece como agraviado ante la falta de sentido común de aquellos que se atreven a cuestionar los valores de “siempre”. La derecha ha conseguido, desviar la atención, sobre las cuestiones materiales –la economía- y trasladar la batalla ideológica al plano de cultural.
Esta batalla cultural, está llena de desaguisados conceptuales. Así, por ejemplo, si soy blanco, heterosexual, puedo ser desautorizado por criticar el comportamiento, de las mujeres que llevan velo, en nombre de la religión musulmana. Porqué, ¿quién soy yo para llevar a término tal crítica?
Uno de los instrumentos de la revolución thatcheriana, fue vender la idea de libertad. El credo neoliberal, decía que cuanto menos Estado, mayores cotas de felicidad individual y progreso social podía llegar aspirar cada ciudadano, sin la losa de la burocracia que ahogaba la creatividad individual. Este dogma caló de forma inesperada, obligando a la izquierda a batirse en retirada. La idea de igualdad quedó difuminada por la exaltación de la individualidad. El concepto de clase quedaba clausurado.
Manuel Cruz, utiliza el concepto de interseccionalidad –Kimberlé Crenshaw- para “expresar la idea de que, a la hora de analizar situaciones de desigualdad y de organización del poder en una sociedad, resulta más esclarecedor entenderlas como derivadas no de un único eje (y tanto da, a estos efectos, que sea la raza, el sexo o la clase) sino de la interacción de muchos que trabajan de manera conjunta y se influyen mutuamente”pág.27). Según este concepto de “interseccionalidad”, cualquiera que se deja algún elemento se desliza hacia el sectarismo. El concepto de “interseccionalidad”, me parece más bien un recurso narrativo, que conceptual. Se hace evidente, que el concepto de clase, tenía sentido en un mundo sólido, frente al mundo líquido en el que estamos inmersos. Los referentes como Habermas, Foucault, no son de gran ayuda. Si lo pueden ser Byung-Chul Han, Zygmunt Bauman o incluso Richard Rorty.
Las batallas culturales, al decir de Cruz, la izquierda ha salido perdedora y “estaría constituyendo el principal obstáculo para su regeneración y crecimiento” (pág.28).
He comenzado a leer el libro de Manuel Cruz, El gran apagón. El eclipse de la razón en el mundo actual. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2022.
I. De la razón a la emoción. O del Siglo de las Luces al Gran Apagón.
Del Siglo de las Luces y la razón como instrumento para comprender y transformar la realidad al Romanticismo (s.XIX) que impugnó la razón para colocar en el centro al corazón (emociones) -subjetividad-.
Si el siglo XX finalizó en 1989 [tesis de historiadores], con el derrumbe del Muro de Berlín y el posterior hundimiento del Comunismo, Manuel Cruz no tiene claro que el inicio del siglo XXI sea el ataque a las Torres Gemelas.
Señala como hito del inicio del siglo XXI, la crisis de 2008 y su deriva a lo largo de la siguiente década y la aparición de la pandemia del COVID-19, que todavía hoy, sigue su curso, amén de la Guerra en Ucrania lanzada por Putin, cuyos efectos aún están por ver.
Todas estas fracturas han supuesto el “fin de las utopías de emancipación” políticas y sociales que han dejado a la izquierda huérfanas de soporte ideológico. Pero, si algunos lanzaron la idea que el capitalismo era quien salía vencedor de la Guerra Fría, la crisis del 2008 y la pandemia, han hecho que la euforia liberal se haya enfriado considerablemente.
En el plano epistémico, se ha pasado de la explicación a la narración. La izquierda parece haber abandonado los “valores materialistas” –estado del bienestar, distribución de la riqueza- para concentrarse en valores culturales, o “posmaterialistas” –ecología y la identidad cultural, género-.
Estamos delante de mutaciones de larga alcance que solamente ahora empezamos a vislumbrar, pero la falta de herramientas conceptuales para poder analizar lo que está sucediendo impiden su anàlisis y comprensión. Según Cruz, el propio concepto de “clase” es incapaz de explicar las mutaciones que han aparecidos en las últimas décadas.
Manuel Cruz, habla de una “sociedad fatigada” hasta la decepción por los reiterados incumplimientos de los programas de máximos de unos y otros”. (pág.17)
Es la política la que está en cuestión por una ciudadanía desconcertada y desnortada. Un elemento que ayuda a esta ceremonia de la confusión es que nuestra sociedad se ha convertido en “una auténtica sociedad del espectáculo” (pág.18). Esto ha sido posible debido al desarrollo de la tecnología de las comunicaciones. La tecnología no es la responsable, pero su utilización partidista a acaba por perfilar la situación actual. Porque “la política habría terminado por constituir algo así como el departamento de producción de contenidos para dichos medios” (pág.19). En su libro La ceremonia caníbal, Christian Salmon podía afirmar: “ El hombre político se presenta cada vez menos como una figura de autoridad, alguien a quien obedecer, y más como algo que consumir; menos como una instancia productora de normas que como un producto de la subcultura de masas, un artefacto a imagen de cualquier personaje de una serie o un programa televisivo” (pág.19)
Si el espectáculo debe continuar, la mejor manera de estar atentos a la pantalla, no es argumentando, sino apelando a las emociones, así “la repetición y el remake que no se reconoce en su condición de tal pasan a estar a la orden del día. El resultado es que nos encontramos ante el procedimiento más eficaz para que todo termine cayendo en el olvido” (pág.19).
El libro* se inicia con una declaración de principios: “Nací muy sano en brazos de una civilización moribunda y durante toda mi existencia he tenido la sensación de estar sobreviviendo, sin mérito ni culpabilidad, siendo así que tantas cosas a mi alrededor se convertían en ruinas; igual que esos personajes de película que cruzan por calles en que se desploman todas las paredes y salen, no obstante, indemnes sacudiéndose el polvo de la ropa mientras, tras ellos, la ciudad entera no es ya sino un cúmulo de escombros” (pág.13)
Byung-Chul Han, No-cosas. Quiebra del mundo de hoy. Trad. Joaquín Chamorro Mielke. Ed.Taurus, Madrid, 2021.
Una fotografía más de nuestra sociedad líquida que se expresa en el título de la obra No-Cosas. Han reivindica, especialmente, en el último apartado: Una digresión sobre la gramola (pág.107 y ss.) donde a raíz de una experiencia personal, reflexiona y desvela sus propias inquietudes y vivencias con relación a un objeto (Cosa) como la gramola o jukebox que se ha vuelto obsoleto en un mundo donde las cosas se baten en retirada, debido paradójicamente a la inflación de objetos de usar y tirar en la que estamos instalados. Reivindicar los objetos que nos atan a la tierra, a un espacio donde refugiarnos de la intemperie que provoca esa ola de las no-cosas, el orden virtual en el que la nueva economía nos quiere encerrar.
Hace una apología de la materia y la tecnología contra Heidegger. Materializar el mundo es un imperativo político para Han en un mundo donde las cosas se transforman en materia de reciclaje, pensamos en Vinted y otras plataformas, no hay que llevar la ropa que has usado, a los más necesitados, recíclalo de tal manera que recuperes el dinero que gastaste en el artículo que no usas, he ahí la nueva máxima del neocapitalismo. Un espacio virtual, donde las prendas de vestir, pero también objetos que ya no utilizas son lanzados otra vez al mercado. Las no-cosas, solo tienen utilidad: un solo uso, además, los fabricantes se encargan de imposibilitar una vida útil más larga en todo lo que se fabrica.
Han sigue utilizando como voces autorizadas para dialogar con ellas, a Heidegger especialmente, pero no sólo. El texto sufre muchas veces de repeticiones, posiblemente, el mensaje queda claro, pero se hace reiterativo.
El capítulo central de la obra se titula: Vistas de las cosas (pág.63 y ss.) donde se hace un análisis muy interesante a partir de los dibujos animados de Mickey Mouse. Las cosas tenían vida, se enfrentaban, u oponían resistencia. Las cosas eran “lo otro”. Escuchar y oír lo que dicen las cosas es un paso necesario e imprescindible para abrirse a la experiencia de la alteridad. Como las cosas se han difuminado, debido al exceso de cosas, estas pierden consistencia, substancia. Lo que ahora se venera es lo virtual, lo que no se resiste. Hay un apartado donde se habla del smartphone (pág.33 y ss.) donde lo real es absorbido por lo virtual. No hay cosas, hay algoritmos, y estos no tienen alma, sólo calculan y cuentan. El Smartphone, es la llave mágica en un mundo sin magia. Por eso el smartphone está lleno de aplicaciones para solucionarnos la vida pero una vida virtual sin presencias reales, encerrados en un mundo en el que somos los indiscutidos reyes, pero aislados de los demás.
¿Cómo revertir esta tendencia? La respuesta de Han es modesta. Lo he indicado más arriba. Reivindicar lo necesario, hacer de los objetos parte de nosotros. Las cosas están a la mano, como dice Heidegger. Cuidarlos, atenderlo, en su uso cotidiano es hacer que exista una conexión, que en el actual momento histórico, parece una quimera. Establece una imagen que viene de muy lejos, la materia y la magia. Así como la conexión entre la magia y la felicidad, parece hoy desterrada de nuestro mundo lleno de algoritmos sin alma, y por tanto, sin felicidad. Ese mundo lleno de algoritmos, de información y cálculo, sólo ofrece la salida de la depresión, donde el peso del yo se hace insoportable, porque de alguna manera intuye que la salida de ese pozo solo se puede salir a través del trabajo de lo negativo: del otro, del esfuerzo por acallar los gritos que hemos acumulado, necesitamos distancia y silencio, para volver a rearmarnos y mirar a los otros a los ojos para oír sus voces, para hacer de este mundo un mundo humano y no de smarts (inteligentes) sin alma alguna.