II. De los pueblos que zozobran
“Los imperios más civilizados estarán siempre tan cerca de la barbarie como el hierro más bruñido lo está de la herrumbre: en las naciones, al igual que en los metales, sólo relucen las superficies.” (Antonie de Rivarol (1753-1081). De la filosofía moderna. [pág.83]
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Confiesa Amin Maalouf: “He sentido siempre gran apego por la civilización de mis padres, tuve la esperanza de verla renacer, prosperar, florecer, recuperar su influencia, su grandeza, su generosidad, su creatividad, pata que pudiera deslumbrar una vez más a toda la humanidad. Nunca habría creído que en el crepúsculo de mi vida iba a verme en la obligación de describir su itinerario con palabras tales como quebranto, desconsuelo, deriva, cataclismo, retroceso, naufragio, zozobra…
Pero ¿cómo calificar de otra manera ese paisaje destrozado que se extiende ante nuestra vista? Esos países que se desintegran, esas comunidades milenarias a las que extirpan de raíz, esos nobles vestigios derribados, esas ciudades despanzurradas y, además, ese indescriptible estallido de salvajismo –lapidaciones, decapitaciones, amputaciones, crucifixiones, linchamientos-, todo ello debidamente filmado y transmitido para que el resto del planeta no se pierda ni una imagen.” (pág.85)
“Pocas veces en la historia de los pueblos el odio propio ha llevado a tales extremos. (…) Diríase incluso que intentan deliberadamente avergonzar a los enamorados de su civilización para darles la razón a sus detractores.”
“Antaño, quienes odiaban a los árabes eran sospechosos de xenofobia y de nostalgia colonialista; ahora, todo el mundo se siente autorizado a odiarlos con total tranquilidad de conciencia en nombres de la modernidad, de la laicidad, de la libertad de expresión o de los derechos de la mujer”. (pág.86)
“La historia de mi país natal es elocuente al respecto. Durante siglos, las órdenes llegaban de Estambul, de la Sublime Puerta, como solía decirse”. (…)
“(…).Las órdenes, que no llegaban ya de Estambul, las esperaban ahora de Washington, de Moscú, de París, de Londres; y también de algunas capitales de la zona, como El Cairo, Damasco, Teherán o Riad.” (pág.87)
Si la falta de confianza en sí misma del mundo árabe, se une en la actualidad “ese hondo aborrecimiento de sí y de los demás al que acompañan una glorificación de la muerte y unos comportamientos suicidas” (pág.88), significa que alguna cosa se ha roto en esas sociedades ya sea “la ausencia de esperanza, la sensación de haber perdido, y de forma irreversible, aquello sin lo que la vida ya no merece la pena vivirse: la salud, la fortuna, la dignidad o la persona amada” (pág.89).
Lo novedoso de esta situación anómala es “que millones de personas sean presa de la desesperación y que muchas de ellas acaben adoptando comportamientos suicidas nunca se había dado en la Historia y me parece que todavía no hemos calibrado por completo lo que está ocurriendo ante nuestros ojos en el conjunto del mundo árabe musulmán y también en todos los países donde viven sus diásporas” (pág.89-90).
“Cuando a una persona se le quitan las ganas de vivir es a sus seres cercanos a quienes corresponde devolverles la esperanza. Cuando son poblaciones enteras las que permiten que se adueñe de ellas el deseo de destruir y de destruirse, nos corresponde a todos sus contemporáneos dar con el remedio. Si no por solidaridad con el Otro, al menos por voluntad de supervivencia.
Pues la desesperación, en nuestra época, se extiende allende los mares, allende los muros, allende todas las fronteras tangibles o mentales, y no es fácil ponerle coto” (pág.90).
Si transcribo párrafos enteros, es sobre todo por que quien escribe, ha vivido de cerca estos acontecimientos, que desde nuestros bunkers mentales y nuestras alambradas de espino, se hace difícil calibrar el significado de lo que acontece más allá de nuestros paraísos (UE).
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