Las noticias se suceden a velocidad supersónica. Ayer ya es demasiado tarde. La realidad se encarga de poner en solfa las afirmaciones de nuestros políticos. De toda esa morralla noticiable queda la sensación que la falta de comprensión, la improvisación y la falta de liderazgo hacen que las medidas son siempre unidireccionales. Las clases medias y bajas son las que pagan los platos rotos de la crisis.
¿Aún hay clases sociales?, se preguntarán muchos de nuestros políticos y sus servicios auxiliares mediáticos. Los hechos parecen demostrar que sí hay clases, iba a decir, lucha de clases, pero está es una palabra desterrada de nuestro vocabulario político. Fukuyama decía que el fin de la historia había acabado. Lo que quería decir era que desde el hundimiento del sistema comunista, el capitalismo había triunfado, y por tanto, todos aquellos conceptos que se sustentaban en el comunismo quedaban obsoletos. La crisis actual demuestra que las medidas que se han tomado acaban siempre en una ventaja para las clases altas. Las estadísticas así lo confirman, pero el “discurso moralino” nos habla de esfuerzo, sacrificio, austeridad, en aras de un futuro “radiante”.
Como ese discurso no se lo cree, hacen demostración de fuerza. No otra cosa fue el despliegue obsceno de Barcelona, donde cerca de 6000 agentes de policía invadieron la ciudad, para garantizar la seguridad de la reunión del BCE. El escenario fue en un hotel de lujo. Nada mejor que hablar de planes drásticos contra la población en un entorno lujoso. El anfitrión del evento fue Fernández Ordoñez, gobernador del Banco de España, ese que dijo que nuestro sistema bancario era la envidia del mundo entero. ¡Con lo que ha pasado, y nadie lo ha cesado! Desde la atalaya del hotel, habrán visto Barcelona, pero no han querido ver los problemas que nuestras sociedades tienen. ¡No hay peor ciego que aquel que no quiere ver!
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