Leo en “La regla del juego. Sobre la dificultad de aprender filosofía” de José Luis Pardo (ed. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores) lo siguiente:
“¿Qué significan, entonces, interpretadas en sentido figurado, todas estas imágenes terribles de hipnotizadores, sátrapas, déspotas, tiranos, verdugos, reyes absolutos y reos desnudos, imágenes con las cuales miles de adolescentes de la izquierda universitaria postindustrial entretienen su larguísima scholé?” (pág.404)
La respuesta es que hay dos modos de impedir que los hombres y mujeres puedan emanciparse, que puedan convertirse en adultos: a) la primera es mantenerlos atados a sus “comunidades narrativas” e impedir su educación, en imposibilitar el acceso al espacio público que es la escuela. No por casualidad la primera medida de los talibanes cuando tomaron el poder fue la prohibición de la escuela más allá de la repetición del Corán, sólo para los niños y jóvenes, mientras que las mujeres y niñas se las hacía desaparecer del espacio público. Lo que se quería era simplemente adocenarlos en la repetición de los propios prejuicios; b) la segunda vía, más retorcida es alargar la etapa de la escuela y hacerla indefinida. Si la escuela supone la virtualidad de la emancipación, la operación de hacerla eterna desbarata su virtualidad. La escuela debe tener su salida natural al ámbito social y laboral, es decir, el espacio público. “Salir a la calle” expresa la desembocadura de esa etapa que es la escuela.
En nuestras sociedades modernas, la emancipación, es decir, distinguir la verdadero de lo falso, la distinción entre real e imaginario, se pretende borrar. La escuela adquiere caracteres que en vez de potenciar esa emancipación, hacerlos críticos, los convierte en “menores de edad”. La minoría de edad de la que hablaba Kant, adquiere perfiles borrosos pero reales en nuestras sociedades postindustriales. Estudios que se alargan sin justificación. Obligatoriedad de la enseñanza para evitar “salir a la calle” y encontrarse en el paro. La calle se ha convertido en un desierto. Por esos nuestros jóvenes se encuentran tan a gusto frente a la pantalla del ordenador. En ese espacio virtual, adquieren roles que no pueden ejercer en el mundo real. Se convierten en héroes o villanos y pueden ejercer impunemente cualquier cosa que se les ocurra. Todas ellas se caracterizan por la falta absoluta de reglas. El espacio público está constituido por normas legales, por límites que suponen la posibilidad de la convivencia. El diálogo es consustancial al espacio público, pero nuestros jóvenes se ejercitan en un mundo de “excepción”. El mundo virtual es un “estado de excepción” se que ha convertido en norma y nuestros jóvenes adquieren destrezas que en el espacio público son inservibles.
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