La conmemoración de los atentados del 11-M de 2004 sigue siendo después de siete años motivo para la discordia. Se oyen voces que piden que se investiguen pistas que desde la extrema derecha se jalean sin el menor rubor. Los peores atentados de la historia de España sigue siendo motivo para la desunión entre las víctimas. Así, por ejemplo, la presidenta de la Asociación 11-M Afectados de Terrorismo, Pilar Manjón, afirma: "Déjennos deambular con nuestro dolor. Dejen en paz a nuestros muertos". Mientras que la presidenta de la AVT, Ángeles Pedraza afirma tranquilamente: "A día de hoy no sabemos qué estalló en los trenes ni quien colocó las bombas ni lo más importante: quién ordenó la masacre. Reclamamos a todos los que tienen responsabilidades públicas que nos miren a los ojos y se atrevan a decirnos que el 11-M es un caso cerrado".
La desunión es tal que ni las propias instituciones son capaces de establecer un acto unitario. Las tesis de la conspiración siguen vivas, mientras la extrema derecha siga agitando las ondas mediáticas que el PP concedió a los "amigos de viaje". Las ondas tóxicas seguirán produciendo su veneno para calmar el desasosiego que les produjo que la ciudadanía rechazará las mentiras del gobierno y su desvergonzada falta de reflejos para cambiar de opinión.
Han pasado siete años, la extrema derecha, aquella que sueña con Franco pero que habla de libertad - incluso son tan modernos que hablan de digital-, solo la suya, insiste con cajas destempladas que vivimos en la mentira. Ellos se han propuesto que su verdad vuelva a resplandecer en una llamarada de odio. Así que no me esperen. Parece claro que visto estos sietes años, hay víctimas de primera y de segunda. Nuestra sociedad no se merece semejante división. Quienes las promueven, las amparan y las justifican deberían pensar que eso también es terrorismo.
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