Vivimos tiempos confusos. La inmigración es un nuevo reto al que hay quedar respuesta. Cuando no había inmigración España se ufanaba de ser un país de acogida. La década de los 60 España se convirtió en un país en el que la opción de la inmigrción se hizo realidad. Tanto daba si era legal como ilegal o alegal (Blanca Sánchez Alonso). El caso era salir de una situación de falta de perspectiva vital y económica.
La historia le gusta recrearse así misma. España ya no es el punto de partida para ir a Francia, Alemania, Suiza, Holanda, etc., hoy, se ha convertido en lugar de destino. Las cifras son elocuentes: En 1981, los extranjeros censados eran 198.042. En el 2000 eran 923.879; en 2005, 3.730.610 y en el 2009 la cifra es 5.598.691 que representa el 12% de la población. Probablamente la cifra total de la inmigración sea mayor, si agrupamos los censados y los que no lo están.
España desde el 2000 ha experimentado en desarrollo económico extraordinario. Ahora vemos que su desarrollo se asentaba sobre bases poco sólidas. El crecimiento en el sector de la construcción creó las condiciones para una demanda cada vez mayor de mano de obra poco cualificada. Las cifras de la inmigración demuestran la necesidad de mano de obra que era necesaria. Desgraciadamente, la crisis financiera mundial y nuestra propia estructura económica basada en la construcción y el sector servicios, ha desencadenado un auténtico terremoto en el mercado laboral. Las cifras del paro cercano a los cuatro millones de parados son un recordatorio de un crecimiento ficticio. Ahora, todo son lamentaciones. ¿Qué hacemos ahora, cuando el paro afecta a tanta gente? ¿Buscamos culpables? ¿Podemos lanzar nuestros dardos acusadores al sector financiero? ¡No! La respuesta se ha de buscar en el eslabón más débil. Y aquí entra la inmigración como chivo expiatorio de todos nuestros males
El gobierno, a través de las sucesivas leyes de inmigración intenta restringir el acceso de los inmigrantes. ¿Cuántos inmigrantes podemos absorber en situación de paro galopante? ¿Deberían volver a sus casas? ¿Podremos volver a llamarlos cuando los necesitemos? ¿Es razonable pensar en esos términos?
Cataluña ha sido uno de los destinos de la inmigración. De los clásicos seis millones de la era Pujol se ha pasado a los 7.364.078 en el 2008 (INE). La cifra probablemente habrá aumentado ligeramente. España cuenta con 46.745.807 en el 2009 (INE). Es decir, en Cataluña hay un 15,7% de población inmigrante. Las comunidades donde se ha producido mayor aumento de extranjeros en términos absolutos durante el año 2008 son Cataluña (80.402), Andalucía (44.814) y Comunidad de Madrid (37.752) (INE).
Los datos están ahí. la cuestión central es de carácter político,económico, pero especialmente de orden cultural. Asimilación e integración cultural, racial, social como ideal de absorción de lo diferente en un conglomerado "homogeneo" o bien reivindicación de las diferencias al modo del modelo multiculturalista. Las reacción a esta nueva situación deberían ser motivo de reflexión y debate político. ¿De qué tenemos miedo?
Las cifras nos dicen que el origen de la inmigración corresponde a la siguiente distribución geográfica: Unión Europea el 40%, África, el 17,8%, América del Sur el 28,1%. La pregunta parece retórica, ¿de qué tenemos miedos? El 40% de la inmigración corresponde a la Europa de los 27. Habría que preguntarse ¿por qué de esos miedos? ¿Tampoco seguros estamos de nuestra identidad? La noticia en la TV debería ser que somos invadidos por los europeos.