I
LAS VENTAJAS DE LA SOSPECHA
GIANNI VATTIMO
Lo que Nietzsche llamó "escuela de la sospecha" es quizá lo que caracteriza de manera
más general el pensamiento de este siglo, a tal punto que puede considerarse su
principal "descubrimiento" o herencia para el próximo siglo. Es como si nos hubiéramos
dado cuenta de que, como escribe Nietzsche en “Más allá del bien y del mal”, detrás
de cada caverna se esconde otra caverna y así sucesivamente. Entendida de esta
manera, la escuela de la sospecha no se identifica ni con la simple crítica de la
ideología de sello marxista, ni con el psicoanálisis freudiano, según la cual
iluminar el inconsciente significa también apoderarse de él y disolver su poder de
condicionarnos. Marxismo y psicoanálisis freudiano encajan, por cierto, dentro de la definición pero, sin
la radicalización que sugiere Nietzsche, seguirían siendo sólo nuevas teorías de la
verdad y la realidad. Una sospecha muy limitada, por ende, que no se apartaría, en
esta versión, de la sospecha que siempre caracterizó la búsqueda -platónica, pero
también de los presocráticos- de las "esencias" de las cosas. La sospecha de este siglo
-reconocible en tantas posiciones intelectuales de estas últimas décadas- sospecha
también de la verdad "verdadera". Heidegger nos enseñó a llamar a este proceso
el fin de la metafísica. Efectivamente, si de todo se debe preguntar el por qué, la
noción misma del ser se transforma radicalmente. Ya no hay nada ante lo cual el
pensamiento pueda aquietarse como frente a un dato definitivo, a un
fundamento, a una autoridad indiscutible. Dado que esa imposibilidad de
encontrar un fundamento sólido también es insoportable, no se puede eludir la
pregunta acerca de las buenas razones que tiene, si las tiene, la escuela de la
sospecha.
¿No habrá que sospechar ante todo de la sospecha (demasiado)
generalizada? Es la tesis de quienes (iglesias, ideologías tranquilizadoras,
autoridades varias) lamentan la tendencia nihilista de la cultura del siglo XX. Y sin
embargo, cuesta oponer a esta tendencia nihilista la indicación de algo que posea
títulos como para resistirla. Dicho de otro modo: ¿no es acaso experiencia común
la caída de los absolutos en nuestra época? Los creyentes objetarán que no es
cierto que "Dios ha muerto", como pretendió anunciar Nietzsche. Sin embargo,
tampoco la teología cristiana pudo asistir al Holocausto y a los tantos otros horrores
del siglo sin tener que rever sus propias ideas acerca de Dios. Pese a ser difícil
de soportar porque parece no dejarnos ningún terreno sólido bajo los pies, el
nihilismo tiene sus "ventajas". La disolución de los absolutos metafísicos implica
también el fin de las autoridades indiscutibles. Si no al triunfo de La Razón, que no
llega nunca a certezas definitivas, asistimos por lo menos al triunfo de Las Razones, o
sea de la exposición, de tanto en tanto, de los motivos y los argumentos que hacen
recomendable una elección más que otras.
Así, en el nihilismo del siglo XX entran también teorías que parecen alejadísimas de él,
como la del "actuar comunicativo" propuesta por Habermas, según la cual la
racionalidad no es sino la "presentabilidad" de una tesis, de un valor, a otros, en
términos capaces de ser discutidos "razonablemente" y eventualmente aceptados, y
las muchas teorías de la argumentación que se desarrollaron sobre la base de la
reflexión sobre la lógica y el lenguaje. Ya no encontramos fundamentos últimos e indiscutibles, sino que debemos tener en cuenta las expectativas, los intereses, el
consenso de nuestros semejantes.
Podríamos decir, quizá, que al ser y la realidad ya no les interesa la objetividad de
las cosas sino más bien la caridad y la atención hacia las personas. De todos
los legados que deja el siglo XX, en muchos casos densos y negativos, el nihilismo tal
vez sea justamente el más productivo y cargado de futuro.
(c) Gianni VATTIMO para Clarín, 1999. Traducción de Cristina Sardo
http://www.alcoberro.info/pdf/vattimo2.pdf (Consulta de 20 de setembre 2023)