Los días pasan, pero la sensación de
desconcierto queda. La política se hunde en sus propias contradicciones. La partidocracia
se enroca en sus torres de marfil sin capacidad de conectar con los angustiosos
problemas que la sociedad tiene delante. El paro alcanza cifras nunca vistas, pero
el gobierno no parece hacerle mella, pues, la política económica sigue dictada
por el BCE y los mercados. Los problemas domésticos de la ciudadanía son
pasados olímpicamente por alto por los gobernantes. Envueltos en escándalos de
toda índole, es natural, que se escondan detrás de alguna novedad. Por ejemplo,
la elección del Papa. La teocracia vaticana se exhibe sin pudor y ante la
contemplación provinciana de la ciudadanía que busca consuelo dónde sea. Un
ritual casposo y anacrónico, manejado por hombres exclusivamente en virtud de
unas costumbres que perviven a pesar de los tiempos que corren. La doctrina sigue
aferrada a dogmas inmutables, pero una élite escoge entre ellos mismos a un
representante que nada menos representa a la Iglesia católica. ¡Nada de democracia,
transparencia, paridad de sexos, y condena para aquellos que no siguen sus
doctrinas!. Amén.
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