Escribir sobre “La torre elevada. Al-Qaeda y los orígenes del 11-S” de Lawrence Wright, ganadora del Premio Pulitzer y editada en Debolsillo, resulta tarea casi imposible. El libro es un ejercicio brillante de lo que Timothy Garton Ash denominó “historia del presente”. Es un ejercicio de periodismo, literatura e historia que de la mano experta de Wright se lee como si una novela de Le Carre se tratase. Pero aquí la ficción es superada por la realidad de unos hechos que hacen del 11-S un antes y un después. El siglo XXI empieza con el ataque a las Torres Gemelas. Desde otra perspectiva, Don Delillo en su “El hombre del salto” col.Austral, narra desde la literatura, fragmentos de lo que sucedió con el derrumbamiento de las Torres. Algo parecido fue el intento de Luis Mateo Díaz y “La piedra en el corazón” Galaxia Gutemberg-Círculo de Lectores. Barcelona, 2006, donde se habla del 11-M en Madrid.
El libro “La torre elevada” debería ser de lectura obligada en el FBI y la CIA. Ambas organizaciones –interior y exterior- protagonizaron un juego de despropósitos que posibilitó la catástrofe del 11-S. La lectura del libro se funda en las conversaciones de los protagonistas en esta historia de humillación y exaltación de EE.UU. Los personajes que aparecen en el libro son eslabones de una cadena que acaba como todo pudimos ver por televisión el 11 de septiembre del 2001.
La historia de esta tragedia empieza muy atrás en el tiempo. El libro con agilidad y amenidad desarrolla el “dramatis personae” de esta historia que jamás debiera haber ocurrido. Pero la historia tiene nombres propios: Sayyid Qutb, Ayman al-Zawahiri, Osama bin Laden, Arabia Saudí, Afganistán, Pakistán, Ocupación soviética en Afganistán, al-Qaeda (la base), Abdullah Azzam, Abu Hafs, Abu Ubaydagh, Abu Hayer, el doctor Fadl y Wa’el Yulaidan, junto con Bin Laden, se reunieron el 11 de agosto de 1988 para debatir el futuro de la yihad. La fundación de al-Qaeda se realizó el 20 de agosto.
Cuando las tropas soviéticas se retiraron de Afganistán (15/2/1989), en el ideario imaginario de Bin Laden, se fraguó la ilusión que fueron ellos –los yihadistas- los que expulsaron a los apóstatas de territorio afgano. La pugna entre al-Zawahiri y Bin Laden generó al-Qaeda. Al-Zawahiri necesitaba el dinero que tenía Bin Laden y esté necesitaba a los yihadistas.
Bin Laden y Zawahiri
El libro narra de manera magistral el recorrido vital de al-Zawahiri. Este médico egipcio que logró reclutar a “médicos, ingenieros y soldados. Estaban acostumbrados a trabajar en secreto. Muchos de ellos habían estado en la cárcel y ya habían pagado un elevado precio por sus ideas. Ellos serían lo que se convertirían en los jefes de al-Qaeda” (pág.165).
Bin Laden regresó a Arabia Saudí, y posteriormente se retiró al Sudán. El gobierno sudanés quería el dinero de Bin Laden y este ofreció generosamente su dinero. El libro narra el cambio de percepción de Bin Laden durante su estancia en Arabia Saudí y posteriormente en el Sudán. Bin Laden sentenció lo que parece una premoción: “Esas imponentes torres simbólicas que hablan de libertad, derechos humanos y humanidad” (pág.222). Hablaba de las torres gemelas. Lo que acabará odiando son estos logros de occidente y que en su visión eran incompatibles con el verdadero creyente musulmán. Hay que recordar que la familia Bin Laden se dedicaba a la construcción. El propio Bin Laden también se dedicó a la construcción. El libro reconstruye la vida privada de Bin Laden de forma ecuánime y medida.
Esas torres eran una llamada irresistible para los terroristas. Así, el 26 de febrero de 1993, Ramzi Yusef entró en el aparcamiento del World Trade Center al volante de una furgoneta repleta de explosivos. Salió del edificio para contemplar su derrumbamiento. La explosión no logro su objetivo pero destruyó seis pisos. Murieron 6 personas y resultaron heridas 1042 personas. Cuando el director del FBI en Nueva York fue a ver lo sucedido y comprobó los daños comentó a un ingeniero: “Este edificio se mantendrá siempre en pie” (pág.225). El autor del atentado salió tranquilamente hacia Pakistán. La mente de Yusef se pobló de objetivos grandiosos y espectaculares. Él es, a juicio de Wright, el que posibilitó e hizo verosímil los atentados del 11-S. Yusef había aprendido a fabricar bombas en un campamento de al-Qaeda en Pakistán. Posteriormente, en una operación encubierta fue detenido y trasladado a EE.UU.
Incomprensiblemente, Zawahiri apareció en EE.UU un mes después del atentado de Yusef. Estuvo en California recaudando dinero en diferentes mezquitas. La razones aducidas eran recaudar fondos para los niños heridos por bombas sembradas por los soviéticos. Nadie conocía en EE.UU su papel en el entramado de al-Qaeda.
Los capítulos dedicados al entramado de las diferentes agencias de seguridad norteamericanas y sus responsables son unas de las secciones más apasionantes del libro. También sus querellas particulares las que hicieron posible que los terroristas acabaran realizando sus ataques.
Una anécdota cruel: El responsable del FBI en Nueva York, John O’Neill, intentó por todos los medios conseguir los expedientes que la CIA guardaba –no se sabe para qué-, y que hubiesen posibilitado investigar en EE.UU los miembros que subieron a los aviones suicidas. Durante más de un año la CIA sabía de la existencia de las células de al-Qaeda, mientras que el FBI carecía de esa información. O’Neill se labró enemigos de la misma manera que acumulaba amantes. O’Neill acabó dimitiendo del FBI y se incorporó el 11-S al World Trade Center como jefe de seguridad en edificio. Murió tratando de ayudar a las víctimas del atentado.