IV.- Miedo
El capítulo presente, plantea el miedo a través del diálogo con Heidegger, y eso significa, dificultades en la interpretación, toda vez, que el lenguaje de Heidegger, es oscuro, porque quiere mirar un fondo insondable: “ser”.
M.Heidegger (1889-1976)
No podemos entrar en los análisis de Heidegger, una de las características de su obra El ser y el tiempo, a pesar de sus análisis, nunca aparece el hombre/mujer concreto de carne y huesos, Heidegger, es incapaz de acercase a esos (Dasein = ser-ahí). Su esfuerzo por penetrar lo impenetrable, lo misterioso, le hace insensible frente a los avatares de la vida cotidiana. A él sólo le interesa pensar esa diferencia ontológica entre los entes y el ser. Los entes somos nosotros que misteriosamente hace posible que seamos en virtud del ser.
¿Por qué nos puede interesar Heidegger sí no habla de lo singular –los seres humanos concretos-? La respuesta es más bien pragmatista, porque sus análisis, a pesar de su oscuridad, puede permitirnos, describirnos de una forma completamente distinta. La filosofía, puede sernos útil, precisamente, porque pueda acceder a ámbitos que difícilmente puede acceder otras disciplinas. Es cierto, que la literatura, la poesía, pueden indagar esos misterios. En El ser y el tiempo, no hay que buscar soluciones a las cuestiones que agobian a las sociedades contemporáneas. Sin embargo, Heidegger, nos ofrece nuevas miradas, que pudieran ser útiles para quien tenga el humor de leerlo.
Han llega a una conclusión provocativa: “La pérfida lógica del neoliberalismo reza: el miedo incrementa la productividad.”. El neoliberalismo crea esa positividad que esconde ese infierno que es la inseguridad de la vida, no hay nada sólido, todo es fluido (sociedad líquida) no hay ataduras ni compromisos, vivimos el reino de la producción y el consumo, de los integrados y los excluidos, y nuestros miedos, no provienen de un fondo oscuro de la existencia humana (Heidegger), sino más bien, del peligro –mortal- de vernos excluidos del sistema, de convertirnos en parias incómodos a los que nadie sabe qué hacer con ellos, excepto recluirlos en campos de eternos refugiados.
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