En el libro de Josep Martí, (Cómo ganamos el preceso y perdimos la República. Una crónica de la crisis de estado desde dentro y desde fuera. EDLibros, 2018), en Escena 20, La derrota; nos dice lo siguiente:
“El President estaba aislado y nadie sabía muy bien en qué posición estaba cada uno. (…) Mayoritariamente, la sensación era que quizá lo más inteligente, en el plano político, era convocar elecciones, pero siempre acompañando esa convicción de una muletilla habital durante el proceso: “No podemo echarnos atrás”. Por supuesto, también había quien como era el caso de los consellers áulicos –[Jordi Turull i Josep Rull, no los nombre en el texto]- continuaban pensando que el pulso debía echarse hasta las últimas consecuencias y seguían instalados en el “ahora o nunca”.
“Solo el lehendakari, Iñaki Urkullu, consiguió que las dudas razonables ganaran espacio en la íntima reflexión que acompañaba a Carles Puigdemont durante esas horas. (…) Se trataba de aceptar o no lo que Moncloa fijaba como una concesión de máximos sobre la cual no había discusión ni margen.”
“El acuerdo al que se llegó contemplaba que el Senado daba su visto bueno al artículo 155 y el Gobierno central lo congelaba, siempre y cuando Puigdemont convocara elecciones dando por agotada la legislatura y olvidándose de proclamar la República. (…). Por la noche el decreto de convocatoria de las mismas estaba preparado ya para la firma. En él figuraba, como había solicitado el Gobierno español, una clara mención a la legalidad española.”
[Se esperaba que Gobierno central, enviara un mensaje de confianza] (…)“El jefe de gabinete de Puigdemont llamó reiterada-mente a su homólogo en Madrid, Jorge Moragas, a lo largo de toda la mañana. Nadie contestó esas llamadas.”.
“El soberanismo menos contemporizador se lanzó a la jugular de Carles Puigdemont. En la Plaça Sant Jaume estudiantes congregados ante el Palau de la Generalitat también insultaban al President. La rueda de prensa para anunciar la convocatoria de elecciones se atrasó en un primer momento y finalmente se suspendió”.
“La República superaba su último escollo, Puigdemont no había podido aguantar la presión o, simplemente, había reconsiderado su decisión para actuar de acuerdo con sus convicciones reales. El resultado era el mismo. La cita con la historia sería al día siguiente en el Parlament de Catalunya.”
“La República vino al mundo de un modo particularmente atípico. Lo que se votó fue una propuesta de resolución de Junts pel Sí y la CUP en que se instaba al Govern a desplegar la Ley de Transitoriedad Jurídica y Fundacional de la República. En el preámbulo, que fue leído por la presidenta del Parlament, Carme Forcadell [afirma]: “Constituimos la República Catalana como Estado independiene y soberano, de derecho, democrático y social”.
“La República Catalaba veía la luz en un ambiente triste y enmudecido. Solo 82 diputados de los 135 del Parlament participaron en la votación. Sententa votos fueron favorables.” [Simultanéamente, se poneía en marcha el artículo 155]
“(…) Queriéndolo ganar todo, se perdía todo. La República nacía muerta. Si en 1976, en Catalunya la reivindicación era “libertad, amnistía y estatuo de autonomía”, a punto de finalizar 2017 sería “recuperar las instituciones y liberar a los presos políticos”, prácticamente lo mismo pero con diferentes palabras. Del todo a la nada.” (págs.141-154)
La narración de Josep Martí, es precisa y afilada. No hay falsos sentimentalismo. El mismo se declara independentista, pero su análisis no carece de interés. Parece decirnos, que desde la vertiente independentista, las impaciencias históricas y la efervescencia del 1-O, no fueron buenas consejeras a la hora de actuar con moderación y sentido práctico. Ambas habían sido el sello de CiU.
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