La fragilidad del ser humano es consustancial a nuestra naturaleza. Sin embargo, no siempre somos conscientes de está, excepto, en situaciones de emergencia. Ahora nos damos cuenta de la vulnerabilidad. La vida se nos puede escapar en un suspiro. La fría estadística nos dice que llevábamos 1720 muertes por causa del COVID-19. Para los virus, no hay nada personal contra nosotros, es una cuestión de supervivencia. EL lenguaje determina demasiadas veces nuestro esquema mental. Usamos y abusamos de las metáforas, por ejemplo cuando se habla de guerra contra el virus.
Deberíamos distanciarnos de esta manera de entender lo que está sucediendo. Dice Daniel Innerarity, que "esto no es el fin del mundo, sino el fin de un mundo" (Ara.cat, 22 de març). Es el mundo de la sensación de omnipotencia en la que nos instalamos demasiadas veces, sin ser conscientes de las amenazas -otra metáfora- que nos rodean. Ahora no se trata de invocar a los dioses, sino a los científicos. Abandonamos la investigación científica, cuando no nos urge encontrar un remedio. Ahora hay urgencia para buscar una vacuna salvadora. Necesitamos conocimiento y no retórica. Contemplar en las ruedas de prensa a militares no es más que un ejercicio de retórica gratuita. Necesitamos que nuestros investigadores, puedan ejercer sus funciones con los medios que demasiado a menudo se les priva de manera mezquina. Es hora de poner el conocimiento en un primer plano. La salud de la población está en juego.
21/03/2020