Seguimos a vueltas con el libro de Carmen Iglesias, y su capítulo titulado: CAMBIOS CULTURALES EN LA SOCIEDAD ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA.
I.- Introducción.
1.- Las transformaciones culturales van unidas a cambios en el sistema de valores muy significativos. Cambios que a veces se viven por los contemporáneos con un sentimiento de crisis profunda. Los profetas del cuanto peor mejor, se lamentan siempre de los mismo: la sociedad está en trance de descomposición, los jóvenes no siguen las pautas de sus mayores, la corrupción, el amor al dinero, el materialismo, etc, y las apariencias corroen la posible continuidad y convivencia social.
2.- Frente a ese panorama catastrófico se requiere una cierto grado de escepticismo. Nunca ha existido una edad dorada. Los cambios más dramáticos vienen siempre por donde menos se espera. El hilo que une, en todas los aspectos de la vida, lo innovador con la tradición se da también en los cambio de mentalidad y de costumbres de una manera sutil y compleja.
II.- Cultura y valores.
3.- ¿Qué es la cultura? Fundamentalmente atiende a dos componentes: a) como el conjunto de valores espirituales a los que debe acceder todo individuo y b) el conjunto de creaciones materiales y espirituales de un pueblo (patrimonio histórico, lingüístico, artístico, etc.).
4.- Las coordenadas fundamentales a las que hay que atender son las siguientes: cultura, cambios, actitudes básicas, valores, tiempo e historia.
III.- Una metáfora de la cultura y del conocimiento del mundo.
5.- La función de las buenas metáforas consiste en proporcionarnos una guía para movernos en el conocimiento y significación que damos a la compleja realidad. Por ejemplo, la metáfora del árbol.
6.- Opiniones. La metáfora del árbol nos sirve de momento para significar los distintos estratos y procesos en los que los humanos elaboramos ideas, creencias, comportamientos, ese conjunto al que llamamos “cultura”. En las ramas más finas de tal árbol, aquellas que caen y se renuevan, estarían las “opiniones” sobre las cosas. Un nivel primero de conocimiento del mundo en el que es relativamente fácil el cambio. Ortega y Gasset decía algo similar en relación a las ideas, cuando decía que podemos tener ideas y cambiar éstas por otras.
7.- Actitudes. En un segundo nivel estarían las ramas de mayor consistencia, las que necesitan períodos más largos para el cambio, las que contienen orientaciones generales sobre las que se establece nuestro comportamiento: aquí se asentarían las “actitudes”. Rafael López Pintor, definía la actitud como “la preferencia de una persona para decidir en uno u otro sentido respecto de algún asunto determinado, sea éste un problema político, una idea religiosa, una posición moral o un gesto estético”. En las actitudes aparecen entrelazadas los siguientes elementos: el informativo o cognitivo, el valorativo o afectivo y el comportamental.
8.- Estos tres elementos no siempre marchan armónicos, sino que con frecuencia en la vida real se disocian. Pensamiento, palabra y acción pueden ir de consuno o cada uno por su cuenta. Las disonancias pueden actuar contra el propio interés personal. Las conductas irracionales, se imponen, en ocasiones por encima del propio interés. Ello supone introducir incertidumbre a la imagen del hombre como “agente racional”.
9.- De todo ello se deducen resistencia para el cambio en este nivel de conocimiento y de comportamiento que es el de las actitudes. Exigen transformaciones sociales más profundas y por lo tanto más lentas. Transformaciones que tienen que vencer prejuicios y estereotipos muy arraigados.
10.- Valores. En las ramas más gruesas se asientan el mundo de los valores, de carácter más general y más durable, en donde las experiencias generacionales y el contexto histórico concreto son decisivos para su formación y cuyo cambio es de carácter lento y de larga duración. Los problemas y las reflexiones sobre la educación, la familia, el propio sentido de la existencia se insertan en un mundo de valores y son cuestiones que afectan a la raíz del individuo. Aquí los cambio son más difíciles. Max Weber llamaba a atención a decir que lo valores no pueden ser demostrados, sólo mostrar; constituyen el elementos fundamental ordenador de nuestras vidas.
11.- Chesterton decía: “Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa.”. Significa que los seres humanos no pueden vivir sin valores. La realidad nos empuja a elegir, establecemos una jerarquía de creencias y de valores. Los cambios culturales se han resistentes en este nivel, pues, las actitudes no se forman de forma aislada y por generación espontánea, sino que se articulan dentro de un sistema de creencias y valores.
12.- Este sistema de creencias se articula en un modelo que habla de centro y periferia. En el centro encontramos las actitudes básicas alrededor de tres núcleos que constituyen las raíces actitudinales de la persona: las que se refieren al entorno físico, al entorno social, a la imagen de uno mismo y la autoestima.
13.- Ése centro donde están nuestras creencias básicas, nuestra comprensión de la realidad, de nuestro entorno y de nosotros mismos, es extraordinariamente resistente al cambio. Más fácil de cambiar es en la periferia (ahí es donde inciden los “lideres de opinión”, las autoridades o grupos de referencia, familiares, políticas, religiosas, etc.,). Los sistemas de valores pueden ser de dos tipos: cerrados y abiertos. En los cerrados se asientan en la autoridad, la sumisión y e conformismo. La ventaja es la ilusión de un mundo estable y seguro. En los abiertos hay una mayor tolerancia frente a la ambigüedad y la incertidumbre.
14.- Compartir valores es, pues, la base de una comunidad o de cualquier grupo social, pero de la forma en cómo se comporten esos valores resultan comunidades o grupos sociales muy diferentes.
IV.- Vida personal y vida pública.
15.- En la raíz de nuestro árbol que nutre todo lo anterior estaría la base psicosocial esencial: la propia personalidad de cada uno que condiciona los valores, así como el tipo de sociedad histórica y concreta que proporciona un marco histórico determinado y una complejidad institucional en la que el individuo se mueve.
16.- Las líneas fronterizas entre actitudes, valores y personalidad psicosocial son difusa y su entrelazamiento puede adquirir todas las tonalidades posibles. En un estudio sobre “expectativas y preocupaciones” se constato “que la mayor parte de la gente está más preocupada por sus asuntos personales y los de su familia que por los asuntos públicos”.
17.- Lo que denominamos “entramado institucional” y formación de “personalidad” como fundamento de actitudes y valores suponen siempre una interacción compleja. Las actitudes responden a la propia necesidad básica de la personalidad individual y de las influencias decisivas de los “grupos de referencia”. Éstos son decisivos en la influencia sobre las actitudes: el grupo familiar y el grupo de iguales (en la escuela, en el trabajo y en general en el largo proceso de socialización, después), y en la medida que nos hacemos adultos, parece funcionar lo que los científicos sociales llaman “teoría de la atracción”, a saber: “uno tiende a orientarse como la gente que le gusta y como la que estima opinión mayoritaria”.
18.- Este concepto de grupos de referencia va unido a la posibilidad de pautas valorativas que podríamos llamar “marcadores generacionales”. Ciertas experiencias vividas conjuntamente crean una interrelación social y personal, con unos valores específicos de determinados grupos respecto a sectores de la realidad, que se diferencian de común de la sociedad, y que con frecuencia son el fundamento de cambios valorativos.
19.- Lo heredado y las experiencias nuevas constituyen un nuevo bagaje cultural, de forma que a los valores transmitidos en un proceso de socialización se suman o actúan como revulsivo y cambio los de las propias experiencias individuales y colectivas.
V.- Actitudes, comportamientos, valores.
I.- La necesidad de consonancia.
20.- El diccionario de la RAE define el sentido figurado de “consonancia” como “relación de igualdad o conformidad que tienen algunas cosas entre sí”. Una cierta consonancia y coherencia entre actitudes, comportamientos y valores, parece necesidad primaria en los seres humanos.
21.- Todo individuo establece su propio equilibrio consciente e inconsciente; con tal de que a él le funcione. Característica fundamental de los seres humanos es lograr cierta seguridad y permanencia respecto a sí mismo y a su medio. Cuando se trata de cambiar esos componentes esenciales aparece una resistencia al cambio. Los datos reales no son siempre fáciles de admitir. “Lo que se piensa como real es real en sus consecuencias” (R.López Pintor). Sólo el tiempo y a través de un proceso gradual, o de experiencias que trastocan ese fondo, pueden hacer cambiar ciertas actitudes y ciertos sistemas de valores que implican una visión general y coherente, para la persona, de ese triple mundo exterior, social y propio.
II.- Valores y conflictos de obligaciones.
22.- Václav Havel, ante los retos de un nuevo paradigma, el del pluralismo y la complejidad, afirma lo siguiente: “hay que aprender a vivir con huecos y fragmentos”, de que “todo no puede cuadrar con todo”. La constatación de que la extensión de la educación y de la cultura, o lo que es más grave, el hecho de que “ni la gran lectura, ni la música, ni el arte ha podido impedir la barbarie total (...), ha creado un vacío en el que forzosamente se tienen que reconstruir unos nuevos valores.
23.- Entre la utopía extrema y dogmática, por una parte, y, por otra, la banalidad de una demanda insaciable de consumo por unos ciudadanos instalados cómodamente en una “ideología victimista” que se consideran acreedores de todo beneficio y sin ninguna o poca obligación hacia los otros (Pascal Bruckner, La tentación de la inocencia), es necesario un punto intermedio.
24. Elegir es siempre un proceso doloroso, siempre se deja fuera algo. Ejercer la responsabilidad de elección supone tomar posiciones, establecer jerarquía de valores, es decir, pluralismo de valores no hay que confundirlo con el relativismo cultural, del todo vale. Estamos obligados a elegir, a valorar. Y esto supone elegir entre códigos morales y culturales interiorizados e incompatibles entre sí, lo que produce siempre desgarro.